Una vez en la vida

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La primera vez que lo vi, no sentí nada. Entré al salón y mis ojos se posaron un segundo en él, y luego recorrieron el resto del grupo. Mi corazón no se detuvo o se aceleró. No creí que fuera el chico más espectacular que hubiera visto. En realidad, en mi "corazón" ya había un chico. Uno al que nunca le había hablado pero al cual disfrutaba mirar de la distancia y que, secretamente, esperaba que él disfrutara de mirarme y algún día decidiera que no le era suficiente y me quisiera hablar.
   Así que sí, podría decirse que no fue "amor a primera vista". Mi flechazo empezó cuando él le habló a mi amiga. Y no crean que esta historia se trata mí enmarándome del chico prohibido. No. Él simplemente buscaba ser amistoso, hacer amigos, y mi amiga se encontraba sentada a su lado. Al poco rato, los tres estábamos metidos en una conversación divertida y agradable.
   Creo que lo correcto sería hablarles un poco sobre el lugar donde nos conocimos.
   Fue un una escuela, sí, pero no en la preparatoria o secundaria. Ni siquiera en la universidad. Yo estaba recién graduada de la carrera y estaba trabajando por primera vez. Era ayudante de veterinaria en ese entonces y amaba mi trabajo. Pero a lo que iba. Nos conocimos en un curso de pintura. Honestamente yo era malísima y solo lo estaba haciendo porque mi amiga me lo había pedido. Había aceptado porque el curso no era más que unos cuantos días a la semana durante un mes, así la humillación no sería tan prolongada.
   Al principio yo apenas participaba en la conversación. Toda mi vida había esperado invitación para todo, evitaba meterme en donde no me llamaban, así que si ellos no me hacían una pregunta directa, yo no hablaba. Esto siguió por casi dos semanas. Ellos hablaban mientras pintaban cosas espectaculares en sus lienzos mientras que yo intentaba hacer algo mínimamente presentable. Sin embargo un día mi amiga no pudo acudir a la clase, algún problema con su trabajo, y entonces yo tuve que acudir sola a la clase.
   La verdad es que no me importó. Sabía que sin mi amiga, él y yo apenas hablaríamos pero al menos podría sentarme a su lado y no sentirme incómoda o sola, así que para mí eso ya era ganancia. Así que ese día llegué a la clase y lo divisé al final del salón y caminé hasta él. Le dirigí una sonrisa a modo de saludo, dejé mi mochila al lado de mi banco y saqué lo necesario para continuar con mi proyecto.
- ¿Hoy no viene Elena?-preguntó cuando el profesor cerró la puerta y dio por iniciada la clase.
   Yo solía trabajar con música. Me ponía un audífono para que cuando alguno de ellos me hablara, pudiera escucharlo.
-No-contesté-. El caso en el que está trabajando se le complicó un poco y tuvo que quedarse horas extras.
   Él alzó las dos cejas y asintió con la cabeza. Y entonces volvió su atención al lienzo frente a él. Yo me le quedé viendo, aún ignoro la razón, pero hasta ese momento, nunca había visto a alguien pintar con tanta concentración, pasión y precisión como él lo estaba haciendo aquel día. Sus movimientos eran rápidos y exactos. Apenas despegaba la mirada del lienzo para llenar con más pintura su pincel para poder meterse otra vez de lleno en su pintura.
   Yo estaba fascinada por técnica y deseé tener su talento.
-Qué bien pintas­-le dije.
   No sabía si eso se les decía a los artistas o había sido algo muy tonto. Simplemente quise expresarle mi admiración. Él me miró por el rabillo del ojo apenas un segundo y sonrió.
-Gracias-respondió-. El tuyo no está...
   Sabía por qué se había detenido a mitad de la oración. Por fin había mirado mi pintura y no pude evitar soltar una carcajada.
-Vamos, dilo-lo animé-. No me ofendes. Sé que no tengo talento.
   Él rio bajito. Yo diría que me di cuenta porque lo estaba viendo, de otra forma no me hubiese dado cuenta.
- ¿Y entonces por qué estás en este curso?-preguntó, con su atención puesta de nuevo en su pintura.
-Bueno-contesté, combinando el morado con blanco para lograr un tono más claro-, a Elena le encantan estas cosas y yo tenía tiempo. Nada especial. ¿Y tú?
-Porque me encanta hacer esto.
   Esa fue toda su respuesta y me agradó al instante. No había vergüenza en su tono o palabras.
   La clase continuó. Él volvió a su pintura y yo a la mía, con la música de Love of Lesbian sonando en mi oído izquierdo. La verdad es que no avancé tanto en la pintura, más bien me concentré en combinar la mayor cantidad de colores posibles. Todos en un tono pastel. Eso era lo que más me agradaba hacer y me entretenía de lo lindo.
   El profesor dio por terminada la clase y todos comenzamos a guardar nuestros materiales. Cuando ambos terminamos de recoger, caminamos juntos hacia la puerta en silencio. A mitad del pasillo, él me hizo plática.
-Entonces, ¿a qué te dedicas?
-Soy veterinaria... O bueno, eso dice mi título. Ahora mismo solo soy ayudante de veterinaria. Pero planeo abrir la mía cuando tenga el dinero suficiente-contesté-. Así que si tienes alguna mascota, ya sabes, aquí estoy.
   Él sonrió y entonces noté sus dientes blancos, sus labios eran lindos y en combinación eran alucinantes. Inevitablemente, sonreí también. Caminamos juntos hasta salir de la institución, luego por tres cuadras completas hasta llegar a nuestra parada. En ningún momento nos callamos. Yo supe que él tenía veintiséis años y era contador. No hablamos de sus ingresos ni de los míos. En cambio compartimos pequeños detalles. Lo mucho que él odiaba el frío y lo mucho que yo lo amaba. O que él adoraba el sonido de la lluvia, el olor a pasto recién cortado y la tierra húmeda, y que yo simplemente no podía soportarlos. Concordamos en que la señora más grande de nuestra clase, tenía sentimientos por el profesor. También estuvimos de acuerdo en que Love of Lesbian era la mejor banda en español. Le comenté que me encantaba ir al cine y dijo que a él también le fascinaba. Me preguntó si ya había ido sola alguna vez y yo le contesté que siempre lo había querido pero que me sentía intimidada. Él volvió a sonreír y dijo que era una experiencia única y que debería intentarlo una vez. Antes de llegar a la parada, ambos admitimos nuestro enamoramiento por ciudades lejanas, ciudades que nunca habíamos visitado pero que algún día lo haríamos. Nos lo juramos.
-Siento que es la primera vez que hablamos-confesó.
   Yo lo observé en silencio. Mis ojos repasaron el contorno de su rostro. Su cabello corto peinado-despeinado hacia un lado. La luz de la farola le daba completamente y, por primera vez, aprecié el bonito color café chocolate de sus ojos. Algunos podrían decir que sus ojos eran más bien tristes pero el brillo de éstos me decía todo lo contrario. Y entonces lo supe, me había enamorado. O lo más cercano a amor que puede sentir una persona que apenas conoce al objeto de su afecto.
-Igual yo-respondí.
   Mi autobús llegó y tuve que despedirme. Me incliné hacia él para despedirme. Él también se inclinó y me dio un suave beso en la mejilla, su mano derecha descansó en mi codo izquierdo. Y entonces se alejó. Y yo me subí al autobús, reviviendo en mi mente cada instante compartido.
   Los días pasaron y mi afecto hacia él crecía con cada pequeña que hacía. A veces me sentaba a su lado, otras tantas dejaba que Elena nos separara para poder observarlo sin ser descubierta. De todos modos, casi no hablaba con él en clase. Él se metía de lleno en su obra e interrumpirlo solo significaría irritarlo; lo había visto irritarse con otra compañera, se sentaba a su lado todas las clases, solo para poder preguntarle cosas de su técnica; yo presentía que no se lo preguntaba al profesor porque éste la intimidaba.  Por lo que yo apenas le hablaba en el salón. Nuestro momento llegaba al finalizar la clase, de camino a nuestra parada. Anhelaba esos momentos todo el día y cuando por fin llegaban, no me decepcionaban en lo más mínimo. O al menos no lo hacían durante los primeros días. Pero conforme fueron avanzando las semanas, mi corazón se rompía un poco cada día al subirme a mi autobús, pues él no me pedía mi teléfono, mi correo, o una cita. Nada. Llegaba a casa y me sentía un poco vacía. Una que otra noche, algunas lágrimas rebeldes resbalaban por mis mejillas y Boo, mi perro, corría a mi lado para animarme.
-Hoy estás muy callada-dijo él, al llegar a nuestra parada.
¿Y cómo no estarlo?, quise decirle, es nuestro último día juntos y tú no me has pedido ni mi número.
- ¿Ah, sí?-dije en cambio-. Seguramente es el cansancio.
-Oye, si estás triste por lo que te dijo el profesor, no lo estés. Tu trabajo no es una basura.
   Ah, sí. El profesor había dicho que mi trabajo era basura. Dijo que era algo que un niño de seis años superaría con creces. Sus palabras solo me dolieron un poco, la verdad es que apenas le puse atención. Estaba muy concentrada deprimiéndome en mi mal de amores.
-Es más-dijo él en ese momento, regresándome a la realidad-. Dame tu pintura y yo te daré la mía.
   Y sin más, tomó mi cuadro y puso el suyo en mi mano. Entonces llegó mi autobús, me dio un último beso y dijo:
-Fue un placer conocerte. En serio.
   Y yo subí al autobús con el corazón destrozado.

N/A: Gracias por leer 💛. La historia actual que estoy escribiendo se llama "Más adictivo que el alcohol", por si les interesa. Si no, tengo más historias en mi perfil 😉.

Poco a poco te voy perdiendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora