- A caballo -

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Cuento de Guy de Maupassant, 1883

La pobre gente vivían penosamente del pequeño salario del marido. Dos niños nacieron de su matrimonio y las primeras privaciones se habían convertido en una de esas miserias humildes, disimuladas, bochornosas, una miseria de familia noble que quiere mantener su rango a pesar de todo.

Hector Gribelin había sido educado por un tutor, un viejo abad, en la mansión paterna, en provincias. No eran ricos, pero vivían guardando las apariencias.

Luego, a los veinte años, se le había buscado una posición y él había entrado, comisionado a mil quinientos francos, en el Departamento de la Marina. Se había estrellado contra esta roca como todos aquellos que no se han preparado temprano a la dura lucha por la vida. Todos los que ven la existencia a través de una niebla, los que ignoran los recursos y resistencias para sobrevivir. Aquellos en quienes no se han desarrollado, desde la infancia, habilidades y facultades especiales, quienes, en su adiestramiento temprano, no han conseguido una energía áspera para la lucha por la vida, todos a los que no se les puso un arma o una herramienta en la mano.

Sus tres primeros años en la oficina fueron horribles.

Había vuelto a encontrarse a algunos amigos de su familia, gente vieja y rezagada y poco afortunada también, que vivía en las calles de nobles, las calles tristes del Faubourg Saint-Germain; y él se había hecho un círculo de conocidos.

Ajenos a la vida moderna, aristócratas humildes y necesitados vivían en los pisos superiores de las casas adormiladas. Desde el piso de arriba hasta el de abajo de estas viviendas, los inquilinos poseían títulos, pero el dinero era tan raro en el primero como en el sexto piso.

Los prejuicios eternos, la preocupación de rango, la inquietud por no descender, atormentaban a estas familias en otro tiempo brillantes y arruinadas por la falta de acción de los hombres. Hector Gribelin conoció en este mundo a una joven noble y pobre como él y se casó con ella. Tuvieron dos hijos en cuatro años.

Durante cuatro años más, este hogar, acosado por la miseria, no conocía otras distracciones que el paseo a pie por los Campos Elíseos, el domingo y algunas noches en el teatro una o dos veces en el invierno, gracias a las entradas gratis ofrecidas por algún colega.

Pero entonces, hacia la primavera, un trabajo adicional le fue confiado al empleado por su jefe y recibió un bono especial de trescientos francos.

Al informarle sobre este dinero, le dijo a su esposa:

-Mi querida Enriqueta, es necesario hacernos algún regalo; por ejemplo, una salida placentera para los niños.

Y después de una larga discusión, se decidió que irían a comer a la campiña...

-Bueno, exclamó Héctor, una vez al año no hace daño, vamos a alquilar un carruaje familiar para ti, los pequeños y la mucama y yo tomaré un caballo para montar. Eso me hará bien.

Y durante toda la semana no se habló mas que de la excursión proyectada.


A Caballo de Guy de MaupassantDonde viven las historias. Descúbrelo ahora