Fran está en el baño cuando suena mi móvil. El pitido inconfundible que anuncia que me ha llegado un wasap. Me levanto de la cama y saco el móvil del bolsillo de mis pantalones, que estaban tirados al otro lado de la habitación. Abro la aplicación y leo el mensaje. Es una dirección de aquí y una hora muy concreta. Esta noche tengo trabajo.
Empiezo a vestirme. Me estoy abrochando el sujetador cuando Fran sale del baño. Desnudo. No puedo evitar quedarme mirando. Está muy bueno. Es un poco bajito pero, si no fuera por eso, podría ser perfectamente uno de esos modelos que aparecen semidesnudos en los anuncios de colonias. El color de su piel es muy parecido al mío, ese tono dorado tan típico del Mediterráneo, como si nos pasáramos todo el año tomando el sol. Suele dedicar un montón de tiempo para que el pelo le quede en ese estudiado estilo despeinado que a los tíos les gusta llevar ahora, pero en este momento tiene el pelo revuelto de una buena sesión de sexo. Los ojos oscuros le brillan y esboza una media sonrisa perezosa muy sexy. Es guapo y lo sabe, y también sabe utilizarlo, pero es imposible odiarle por ello. Es muy buen tío cuando lo conoces, aunque sea un presumido y le guste ir de flor en flor.
—¿Te ibas ya? —me pregunta.
—Tengo cosas que hacer —respondo, y sigo vistiéndome.
—Esperaba que cenáramos juntos.
Fran hace cosas como ésta todo el tiempo. Es un ser sociable y, además, muy educado, por lo que siempre me está invitando para hacer cosas juntos, como si creyera que me está utilizando porque nuestra relación se basa únicamente en el sexo y eso hace que se sienta mal. Pobrecillo, no se da cuenta de que soy yo la que lo está utilizando a él.
—Eso no es lo que nosotros hacemos —le recuerdo.
—¿Por qué no? ¿Por qué no quieres que seamos amigos? ¿Te caigo mal? —pone cara de malestar, como si la posibilidad de que pudiera caerme mal le afectara profundamente.
—No más que la mayoría.
—¿Eso es un sí o un no? —pregunta, confuso.
Suspiro.
—No, no me caes mal —contesto, con tono monótono, aunque la verdad es que esta conversación me irrita un poco. Siempre he pensado que los humanos no saben establecer prioridades, y éste es un buen ejemplo. Fran tiene montones de amigos así que no entiendo qué importancia hay en que yo sea su amiga.
—¿Entonces? No te estoy pidiendo que te cases conmigo. Dios me libre —murmura para sí. Parece que no soy material de boda—. Es que hace un año que me mudé aquí y llevamos casi todo ese tiempo acostándonos pero en realidad no sé nada de ti. Podrías ser una asesina en serie.
En este punto, no puedo evitar reírme. Eso es exactamente lo que soy, una asesina en serie.
—Es por mi seguridad que cenes conmigo y me cuentes algo de ti —dice, llevándose una mano al pecho, teatralmente—. ¿Qué me dices? Zuce también puede bajar —añade, guiñándome un ojo, y ahora sí que me rio de verdad. Pobre de él si cree que tiene posibilidades con mi amiga.
—Vas a tener que sacar todo tu arsenal si quieres acostarte con Zuce. Es una romántica empedernida.
—¡Me ofendes! Yo también soy un romántico. Creo en el amor y todo eso —responde, pero antes de acabar la frase, ya se está riendo. No se lo cree ni él.
Miro el reloj de la mesilla de noche. Aún es temprano. Sólo es la hora de cenar y mi cita con el hombre muerto es de madrugada. Vuelvo a suspirar. Seguro que me arrepentiré de esto.
—Está bien. Tú ganas. Voy a llamar a Zuce —voy a la puerta de su casa, pero antes de cerrar tras de mí, me vuelvo—. Por tu bien espero que prepares algo rico.
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La Muerte tiene el pelo azul
ParanormalLibrera de día. Parca de noche. Desde que, estando a las puertas de la muerte, eligió convertirse en una parca por encima del descanso eterno, Gaia ha vivido su existencia con la tranquilidad de no sentir emociones y cumpliendo obedientemente todos...