Capítulo 3

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Hemos debido de ser todo un espectáculo en nuestro viaje hasta aquí. Dos chicos –uno de ellos medio muerto– y una chica con el pelo azul, montados en una Harley-Davidson. Parece el principio de un chiste malo. Pero el escenario del crimen no estaba muy lejos de mi casa y a esta hora las calles están vacías, así que creo que no nos ha visto nadie.

Hemos entrado por el garaje. Erik ha aparcado la moto en mi plaza, junto a mi coche, me ha ayudado a meter a la cosa en el ascensor y después ha desaparecido en Transición. Al parecer, no quiere saber nada de mis líos. No le culpo, yo tampoco querría saber nada de mis líos ahora mismo. Luego he tenido que arrastrar a la cosa hasta mi apartamento, rezando por que a Zuce no se le ocurriera abrir la puerta de su casa en ese momento. Así de oportuna es ella.

Ahora está tumbado sobre la alfombra en mi sala de estar. Bocarriba, aunque he tenido la tentación de ponerlo bocabajo para ver qué es lo que tiene en la espalda, pero he supuesto que eso no sería una buena idea para sus heridas. Y tampoco sería muy amable.

A pesar del incómodo viaje, el ritmo de su respiración se ha normalizado, pero sigue inconsciente. Voy a aprovecharlo para examinarle las heridas.

Como supuse en un principio, son agujeros de bala, pero el arma debía de ser de pequeño calibre porque son pequeños. La cantidad de sangre no se corresponde con las heridas. Cuento al menos ocho agujeros, pero su camiseta negra apenas está manchada y la sangre, seca. Los balazos son recientes pero da la impresión de que dejaron de sangrar momentos después de que se los hicieran. No sé si también le dieron en la espalda, o si hay orificios de salida, aunque antes no me ha parecido ver que hubiera agujeros en su abrigo. Creo que lo mejor será que le saque las balas.

Suspiro. Voy a tener que deformar una de mis pinzas de las cejas, porque no tengo otra cosa.

Cuando vuelvo, me quedo mirándolo a la cara. No es guapo. Esa palabra ni siquiera se acerca a describir cómo es este tipo. Cada vez que Zuce me obliga a leer una de esas novelas románticas que tanto le gustan, me repatea que siempre describan a los protagonistas masculinos "bellos como dioses griegos". Sin embargo, así es él. Sus facciones están esculpidas como en una estatua griega. Pero en una versión mucho más masculina y moderna y, sobre todo, viva. Desde luego, si realmente fuera una estatua, sería obra de Miguel Ángel. Como si un Miguel Ángel del siglo XXI se lo hubiera encontrado atrapado en un bloque de mármol y lo hubiera liberado de su prisión, con su corto pelo negro, sus oscuras y gruesas cejas y su barba de tres días.

¡Oh, joder!, Zuce me está pegando su melodrama. Aunque, ahora que lo miro bien, es pálido como el mármol.

Me pongo a sacarle las balas y me doy cuenta de que la camiseta le está suelta. No porque le esté grande, sino más bien porque parece que está rasgada por detrás. Cuando se la levanto para comprobarlo, una mano agarra mi muñeca, deteniéndome.

Este tío ya ha conseguido pillarme desprevenida dos veces en la misma noche. Parece que no puedo bajar la guardia con él.

—Tienes las manos frías —susurra despacio. Su voz profunda y suave se desliza por mi piel como una caricia. Mi cuerpo reacciona a él. Deseo húmedo y caliente me atraviesa como un rayo. No me sorprende; lo encuentro atractivo y yo no estoy hecha de piedra, pero le digo a mi cuerpo que se calle. Antes de abalanzarme sobre él, debería saber al menos su nombre. Oh, y también debería estar sano y en perfecta condición física.

Si me quedaba alguna duda de si este tipo es o no es humano, desaparece en cuanto le miro a los ojos. Sus irises son casi tan pálidos como su piel, de un gris tan claro que es casi incoloro. No es un color de ojos que tenga ningún humano. Añado a mi lista que también quiero saber qué demonios es.

La Muerte tiene el pelo azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora