El fin de semana fue tranquilo para Tom, se quedó en casa tocando un poco de la guitarra y batería que tenía en su adquisición, fue a bares con sus colegas de copas e incluso había obtenido el número de una linda chica rubia llamada Ashley. En su cabeza no dejaba de aparecer esa sonrisa y esos ojos achinados del rubio que había conocido en el hospital psiquiátrico. Seguía pensando que él no calzaba en ese lugar, que estaba demasiado bien cuidado para ello.
Cuando llegó el lunes en la mañana, no dudó en levantarse incluso antes de que la alarma sonara, se tomó su tiempo para ducharse, tomar desayuno e incluso fumarse un cigarrillo.
Cuando llegó en su moto al hospital psiquiátrico, ese escalofrío que tenía del primer día aún estaba presente, pero le tranquilizaba el hecho de que podría conversar incluso un rato con Bill. Él saludó a los de segurata como ya se estaba haciendo costumbre, subió las escaleras hasta el sexto piso y finalmente pasó por el largo pasillo hasta llegar a la puerta no autorizada por los pacientes, se encerró allí y se cambió de ropa. Nuevamente ató su cabello para evitar desorden visual y tomó la planilla donde yacían los horarios de cada cosa. Cuando se encontró listo, salió de aquella habitación y decidió que lo mejor sería ir preparando a los pacientes para el desayuno, se dirigió habitación por habitación con tranquilidad, intentando no alterar a los pacientes que iban despertando. Cuando llegó hasta la del rubio y le vio dormir plácidamente, sintió la necesidad de dejarlo así un rato más. Se quedó mirándole durante unos segundos, hasta que él dibujó una sonrisa y luego abrió sus ojos.
—¿Planeas mirarme toda la mañana? —Dijo fijando la mirada en Tom, quien se alarmó inmediatamente al darse cuenta que él realmente no estaba durmiendo.
—Yo no te miraba, sólo me aseguraba de que estuvieras bien. —Se excusó. —¿Por qué no estabas durmiendo?
—Es que yo rara vez estoy durmiendo... —Y entonces no quiso preguntar más. La mirada de Tom se fijó en que Bill tenía un oso de felpa durmiendo junto a él. Estaba viejo y malgastado, algo sucio a decir verdad, pero parecía serle útil a la hora de dormir. Se preguntó a sí mismo si él no estaba muy mayor como para dormir con osos de felpa. —Él es Teo. —Pronunció Bill luego de darse cuenta que su enfermero estaba mirándolo con curiosidad. —Es mi mejor amigo... —Entonces Tom volvió a fijar su mirada en el rubio y vio ese brillo característico de un pequeño niño. ¿Por qué actuaba como uno si en realidad lo que él tenía no era retraso? Sin embargo, Tom no dijo absolutamente nada al respecto, simplemente se acercó, tomó el pequeño brazo de Teo y lo sacudió en son de saludo.
—Un placer, Teo. Soy Tom. —Habló con el pequeño oso, se sintió ridículo, pero pareció motivar suficiente a Bill como para levantarse.
—¿Ya es tiempo de la ducha? —Preguntó el rubio.
—Así es, tienes que ir a ducharte y luego al desayuno. —Bill asintió y caminó con Teo en sus brazos dispuesto a ir hasta la ducha.
—¿Teo también va a tomar una ducha? —Preguntó Tom, alzando una ceja mientras le miraba aún al medio de la habitación, mientras que el rubio iba casi saliendo.
—Teo viene conmigo a todos lados. —Fue lo último que dijo con una sonrisa de oreja a oreja y desapareció.
Tom por su lado, se quedó en medio de la habitación mirando cada detalle que tenía esta. Era un poco deprimente estar allí, no había grandes decoraciones, las paredes eran un intento desesperado por ser blancas y no había ningún tipo de mueble allí, más que la cama en la que se encontraba durmiendo el pequeño y una mesa de noche. Tenía una ventana, pero ésta estaba con barrotes y cerrada con candado, imposible de abrir. Cuando iba a retirarse, su mirada pasó fugazmente por la almohada, donde se asomaba la punta de lo que parecía ser un papel.
Tom miró a todos lados asegurándose que no había nadie mirándole, y entonces sacó el pequeño papel, dándose cuenta de que en realidad era una fotografía. Estaba un pequeño niño y dos adultos, uno a cada lado del pequeño. Suponía él que era Bill y sus padres, realmente no se veían muy felices, pero allí estaban: unidos.
Dejó la fotografía donde estaba y finalmente salió de la habitación para seguir con sus labores.
Pasó toda la mañana levantando a los pacientes, llevándoles a tomar desayuno y luego devolviéndolos a sus habitaciones. Así decía el programa como debía hacerlo, tenía que llevarlos de regreso para poder darles sus medicamentos.
Estaban todos ya en sus lugares, así que se dirigió nuevamente a la puerta de personal y tomó la planilla de medicamentos, donde decía con exactitud cada medicamento que debía tomar cada paciente. En lo primero que se fijó él, era en el nombre de Bill, quien debía tomar "Aripiprazol". Tom conocía bien ese medicamento, lo había estudiado en la universidad y conocía bien los efectos secundarios. De mala gana, lo colocó en un pequeño vaso sobre un carro metálico, y junto a él, un vaso más grande de agua. Así lo hizo con el resto de los pacientes de su piso, quienes muchos tomaban el mismo medicamento, mezclados con otros.
Cuando estaba finalizando con su labor de distribuir las medicinas, alguien abrió la puerta y Tom inmediatamente volteó dispuesto a decir que nadie podía entrar en la habitación, pero al notar que era un hombre de avanzada edad, detuvo sus palabras y le miró extrañado.
—Soy John. —Saludó el hombre de edad avanzada. —Soy el médico que estaba encargado de este piso. —Entonces Tom recordó que Trever le había pedido reemplazar a un médico quien su hija había enfermado.
—Soy Tom. —Entonces estrecharon sus manos. —¿Vienes a trabajar? No me han dicho nada sobre su situación, John.
—Es que yo ya no trabajo aquí. Hoy he entregado mi carta de renuncia, sólo vine a buscar algunas cosas. —Eso significaba que Tom iba a seguir a cargo del sexto piso, eso de alguna forma le alivió.
—Lamento escuchar eso... ¿Se puede saber el motivo de su renuncia?
—Mi hija enfermó, necesito cuidar de ella. —Sonrió de forma monótona. Se notaba que aquel hombre estaba cansado emocional y físicamente, como muchos de aquí. El hombre rodeaba la edad de sesenta, pero su postura corporal pedía a gritos que necesitaba un descanso.
—Entiendo... Espero se mejore.
—Espero lo mismo, Tom. —Entonces John se dedicó a recolectar algunas cosas. Papeles, documentos, etcétera. Él no prestó atención y siguió con su trabajo hasta finalmente terminar. Antes de que pudiera salir de la habitación, tanto John como Tom escucharon unos ruidos escandalosos, ambos se miraron y el viejo sonrió cansado. —Ese debe ser Bill, es tu turno.
—¿Bill? —Entonces Tom rápidamente salió de la habitación y miró por el pasillo hasta la habitación del rubio. La puerta estaba abierta, y salían volando almohadas, sábanas y libros que él tenía. Todas aquellas cosas terminaban en el pasillo luego de chocar con el muro que yacía frente a su habitación. Rápidamente Tom iba dispuesto a ir hasta allí para ver lo que sucedía, pero John lo detuvo y le entregó el pequeño vaso de medicamentos.
—Los necesitarás. —Tom lo miró y luego de dudarlo unos segundos, tomó el pequeño vaso y para dirigirse hasta la habitación de Bill, encontrándolo totalmente alterado y con sus ojos llorosos. La primera reacción que tuvo fue entrar y dejar el vaso en la mesa de noche.
No tardó en entender la situación cuando Bill le explicó entre llantos que Teo ya no estaba, que lo había olvidado en el comedor luego de tomar desayuno y que el resto de enfermeros no le dejaban ir hasta allí para buscarle. Se sentía perdido y solo, eso lo podía notar a millas. Le destruyó el corazón verlo de tal manera, pero cuando estaba próximo a calmarlo, algo sucedió.
La mirada de Bill cambió de pena, a terror. Casi como si hubiese visto un fantasma, se alejó abruptamente de Tom y retrocedió rápidamente hasta que su espalda chocó con la pared más lejana a la puerta. No entendió lo que sucedía, hasta que volteó y vio que John estaba allí.
—Hey, Bill... —Dijo John en voz baja. Dejó la caja que llevaba con todas sus pertenencias en el suelo y lentamente se fue acercando al rubio, quien ahora yacía sentado en el suelo de una esquina, intentando alejarse de él sin motivo alguno. Sus piernas estaban apegadas a su pecho y sus uñas rascaban con brutalidad sus brazos, dejando pequeñas líneas rojizas marcadas en su pálida piel.
Tom por su lado, se quedó mirando la escena sin entender por qué Bill le temía a John. Frustrado llevó una mano a su nuca y miró a su alrededor, accidentalmente fijó su mirada en las pertenencias del exmédico de Bill, donde había una carpeta gruesa, llena de papeles e información. En la portada de aquella carpeta yacía el nombre del rubio. La curiosidad se despertó en Tom. ¿Por qué se llevaba información de Bill si él realmente ya no trabajaba allí?
Todas las dudas fueron rápidamente removidas de su cabeza, para poder pensar en qué hacer en la situación que se encontraba. John ahora yacía intentando acariciar a Bill, quien intentaba alejarse lo más que podía de él.
Cuando Tom dio el primer paso para ir hasta allí e intervenir, ya que el intento de calmarlo no estaba funcionando, frustrado John se levantó y se dirigió hasta su caja para volver a elevarla entre sus brazos.
—A veces confunde la realidad y piensa que soy alguien quien quiere lastimarlo... Como sea, ahora es tu trabajo lidiar con él, Tom. Suerte. —Entonces rápidamente desapareció y cuando lo hizo, Bill rápidamente corrió hasta los brazos de Tom, quien no sabía por qué, pero sentía la necesidad de abrazarlo con protección.
—Venga, toma tus medicamentos y cuando despiertes, Teo estará contigo otra vez... —Tom le habló en un tono suave mientras su mano instintivamente acariciaba el cabello del rubio, quien tenía su rostro hundido en el cuello de su nuevo enfermero.
Con lentitud fue caminando hasta la cama desarmada, y lo recostó allí. Bill por su lado se colocó en posición fetal, cosa que nuevamente le dejó una sensación rara a Tom.
Él se levantó de la cama y se dirigió hasta el pasillo, recolectando todas las pertenencias del rubio, colocándole una manta encima y la almohada debajo de su cabeza. Dejó los libros en la mesa de noche y cogió el vaso con el medicamento para entregárselo. Cayó en cuenta de que no tenía un vaso de agua, así que explicó que debía ir a buscarlo. Antes de que saliera, Bill le tomó el brazo y rápidamente tragó el medicamento sin agua alguna. Tom supuso que eran tantos años tomando el medicamento que ya no necesitaba agua para hacerlo.
—¿Podrías quedarte hasta que me duerma? —Pidió el rubio. Tom simplemente asintió y se quedó en silencio arrodillado frente a la cama, para de alguna forma descansar mientras que él se quedaba dormido.
Bien sabía que el medicamento producía sueño, ya que eran unos antipsicóticos muy fuertes, tanto así que el primer efecto inmediato era sedante. No tardó mucho en que él cayera dormido, y cuando Tom se dio cuenta, se levantó en silencio y salió de la habitación.
Rápidamente se dirigió hasta la sala de personal, donde tomó los medicamentos de cada paciente y se los dio. Recibió quejas de los mismos sobre la demora, Tom se disculpó y siguió con su labor para terminar rápido. Cuando lo hizo al fin, luego de casi media hora, bajó las escaleras hasta el primer piso donde se encontraba el comedor y donde Bill había olvidado a Teo. Entró al gran salón común y buscó en todos los asientos, hasta que lo encontró en el suelo.
—Ya te encontré. —Lo sacudió y lo miró atentamente. Tenía un ojo casi caído y tenía su pelaje ya áspero y para nada suave. Pero estaba seguro de que Bill lo quería como era, así que simplemente volvió a subir las escaleras y entró en la habitación del rubio.
Fue entonces cuando luego de dejarlo entre los brazos de éste mientras dormía, fijó su mirada en un curioso libro que no calzaba con los demás. Era uno más pequeño y que no tenía una portada llamativa. Cuando lo abrió se dio cuenta de que en realidad no era un libro, sino que un diario de vida. Dudó si leerlo o no, quizá debería para entender más a Bill, pero sentía que estaba invadiendo su espacio, así que simplemente lo dejó allí y salió de la habitación.
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TTBG (Twincest)
Fanfiction"Y es que yo amaba su forma de figurar en el mundo, la forma en que se hacía espacio entre la multitud e intentaba destacar a todo momento. La fascinante manera que tenía de expresarse; y es que no miento cuando digo que era delirante verle hablar...