—Si todas las personas fueran iguales, el mundo sería aburrido... —Dijo la pelinegra con ojos cansados que delataban su cansancio físico y emocional.
—Sí, pero... Vamos Simone, esto es distinto. No se trata de si le gusta jugar al balón o con muñecas, estamos hablando de algo mayor. —Discrepó con seguridad. Sus ojos lucían igual de cansados, su postura en el sofá delataba que ya no quería darle más vueltas al asunto.—Es tu hijo... Estamos hablando de Bill, tu hijo... —Recordó con tono casi suplicante. Sus ojos se volvían a llenar de lágrimas cada vez que recordaba la noticia que acababan de recibir hace algunas horas atrás en la consulta médica.
—Simone... Hay que hacerlo.
—Tengo miedo. —Su cuerpo temblaba, y justo cuando él la rodeó con sus brazos intentando contenerla, ella rompió en un llanto desgarrador. —Tengo miedo de que jamás vamos a poder tener un hijo normal. —Dijo a duras penas entre lágrimas mientras que su rostro se hundía en el cuello de su esposo. Sus manos se aferraban con fuerza en la camisa de éste, estaba segura que si ella estuviese de pie, caería directamente al suelo. Él por su parte no dijo nada, no sabía qué decir tampoco. Estaba en medio de una tormenta emocional, todas negativas y llenas de dolor; intentaba mantener la calma para que Simone pudiese apoyarse en él, ¿pero él en quién se apoyaría? La respuesta era una botella de alcohol a las cuatro de la mañana, cuando su esposa cayó dormida después de tanto llorar.
Yacía solo en la primera planta, una sola luz prendida que en realidad no iluminaba mucho, sólo lo suficiente. Un vaso de whisky en una mano, el papel médico en la otra. Sus ojos aguados releían aquella palabra que tanto atormentaba: esquizofrenia.
Él había tenido noches largas, había tenido noches oscuras y llenas de dolor, pero cuando se trataba de ello, nada podía compararse. Era como estar perdiendo la vida de un hijo, pero en realidad no estaba muerto, sólo estaba... Enfermo.
Las siguientes horas fueron igual de difíciles, tanto porque tenía que sacarse toda la rabia y angustia antes de que su esposa y su hijo despertaran, tenía que fingir que estaría todo bien cuando evidentemente todo empeoraría desde ese día.
Cuando el reloj marcó las tres de la tarde, los tres estaban sentados en la mesa comiendo con un silencio ensordecedor, Bill por su parte no entendía lo que pasaba, él estaba demasiado ocupado en su mente, imaginando o viendo quizás qué cosas. Era lo que más aturdía a sus padres, esa incertidumbre de no saber lo que pasaba por su cabeza. De pronto, él se levantó sin decir absolutamente nada, y caminó hasta el sofá donde allí se dedicó a acariciar con su pequeña mano a un perro imaginario.
—Ven, Scotty. —Colocó una correa a su perro café, abrió la puerta y salió de casa sin más. Inmediatamente Simone y Gordon se levantaron de sus lugares algo aturdidos por el comportamiento tan repentino, llamaron a Bill con un tono alto para que volviera a casa. Apenas tenía ocho años de edad, no podía salir de casa sin compañía, mucho menos en su condición. Ambos lo siguieron y se detuvieron en seco cuando vieron que su pequeño hijo le hablaba a alguien que en realidad no era nadie, paseando a su perro inexistente. Las personas que pasaban al lado suyo le quedaban mirando con cara de confusión total, luego seguían su camino, convencidos de que era propio de la edad tener amigos imaginarios, no obstante, sus padres bien sabían que no se trataba de la edad.
Todo empeoró cuando Bill cumplió los nueve años. Ellos intentaron armar una vida normal, pero nadie les facilitaba la tarea. Las escuelas ya no querían aceptarlo porque tenía comportamientos agresivos, incluso lo clasificaron de "autista". Todos recalcaban el comportamiento agresivo que él tenía cuando alguien intentaba ingresar a su círculo.
Los medios de comunicación tampoco ayudaron en nada. Se convirtió en noticia nacional cuando el diario más reconocido de Alemania publicó una columna dedicada "a la persona más joven en ser diagnosticada de esquizofrenia". Desde entonces nada mejoró, ni los ánimos dentro de un matrimonio que antes se caracterizaba por ser unidos, ni la enfermedad que padecía Bill.
Al cumplir diez años de edad, el chico ya entendía más o menos que él no era tan normal como pensaba, poco le interesó la noticia, él estaba demasiado ocupado viviendo en su mundo como para interesarse en el resto.
No pasaron ni tres meses luego de haber cumplido aquella edad para que la gota faltante en el vaso, lo rebalsara. Ese día fue cuando tomaron la decisión que tanto postergaron los padres del pequeño.
Aquella tarde llamaron a la madre de Bill desde la escuela, pidiendo casi con desesperación a que acudiera rápido en el retiro de su hijo. Cuando ella llegó se encontró con el rostro lleno de pánico de una profesora que no sabía qué más hacer.—¿Qué sucede? —Preguntó Simone colocando una mano en el hombro de aquella profesora, mientras se encaminaba en dirección al que sería el salón de Bill.
—Lo siento, señora. Ya no sabía qué más hacer... Intentamos llamarla, pero usted no contestó. —Explicaba tan rápido como su lengua permitía mientras que caminaba a la par para guiarla hasta donde sería el salón de Bill. Cuando ambas llegaron, Simone se encontró con una escena atroz... Su pequeño hijo estaba encerrado en el aula con llave, se escuchaban los gritos desgarradores y las sillas golpeando contra los muros, perdiendo todo control y paz que en algún momento tuvo.
—Lo siento señora... Bill necesita otro tipo de atención. —Explicó con tono aterrorizado, y entonces abrió la puerta. Simone hizo caso omiso al comentario y fue directo hasta Bill, quien luego de arrojar una silla contra el muro, se dejó caer en posición fetal, tapándose los oídos y susurrando cosas inentendibles. Él se balanceaba de atrás hacia adelante y cada dos segundos sacudía su cabeza, como si intentara dejar de escuchar algo que nadie estaba diciendo.
Todo se volvió peor cuando por la misma puerta que entró Simone, entraron dos hombres que superaban en tamaño a ella, con delantales blancos y una camilla. Rápidamente apartaron a Simone sin decir absolutamente nada, y ella histérica preguntaba quiénes eran. Cuando lo sedaron, cayó en cuenta de lo que pasaría.
No tardaron mucho tiempo en subirlo a la camilla, amarrarlo y llevárselo en una camioneta blanca, que en la parte trasera tenía tapizado en colchones blancos para así evitar que el paciente se hiciera daño, pero... Era un niño, ¿qué tanto daño podía hacer? Simone por su parte, los siguió en su auto mientras llamaba a Gordon.
Luego de casi cuatro horas de trámites, de consultas médicas en el mismo hospital psiquiátrico al que fue dirigido, luego de haberlo sedado... Se había decidido que Bill era un peligro para la sociedad, o al menos eso decía el papel que le habían entregado a sus padres. Ellos no podían entenderlo, era un niño... Él no podía ser un peligro para la sociedad.
—Bill... Tus medicamentos. —Entró Tom a la habitación en total calma, intentando no interrumpir con los pensamientos en los que el rubio estaba sumergido. Él ni siquiera se molestó en mirarlo, ni siquiera tenía la sonrisa que tanto le caracterizaba. Tom pudo notar de inmediato que estaba teniendo un mal día, que algo le estaba afectando. —Bill... —Repitió casi en murmuro, y justo cuando iba a repetir la frase restante, él habló.
—¿Por qué se fueron así nada más? —Preguntó mientras tomaba sus medicamentos sin necesidad de tomar el agua que se le ofrecía.
—¿Qué?, ¿quiénes? —Preguntó.
—Nadie, olvídalo... —Entonces se volvió a recostar en su cama, en aquella posición fetal que parecía tan débil y desprotegido. Tom se quedó unos minutos observándolo en silencio, él susurraba algo que poco entendía, hasta que cada vez lo dijo más y más despacio hasta ya no decir absolutamente nada. Allí había comprendido que los sedantes habían hecho efecto.
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TTBG (Twincest)
Fanfiction"Y es que yo amaba su forma de figurar en el mundo, la forma en que se hacía espacio entre la multitud e intentaba destacar a todo momento. La fascinante manera que tenía de expresarse; y es que no miento cuando digo que era delirante verle hablar...