Prólogo: El principio del final

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El cielo tenía un tono anaranjado propio del atardecer después de un día completamente inusual, aunque claro ya ningún día era normal. La chica caminaba en medio de la desierta calle, en lo único que pensaba era que si se llegaba a detener la podrían encontrar. No estaba segura de qué la podría encontrar, lo que la aterraba aún más, así que continuó con su caminata, tratando de ignorar aquel dolor provocado por su pierna sangrante.

Las horas eran interminables para aquella chica que no acababa de comprender como se había encontrado en esa situación, ni por supuesto que había pasado antes de eso. Se preguntaba en qué lugar estaba, cómo se había hecho la herida y sobre todo qué exactamente la podría encontrar.

Mientras continuaba su caminata pudo ver que los cristales que anteriormente fueron vitrinas estaban rotos, todo estaba hecho un desastre así que simplemente se acercó a una ventana rota que mostraba su reflejo fragmentado. Su cabello castaño estaba todo despeinado, su ropa estaba arañada y llena de sangre pero lo que más le sorprendió fue verse llena de moretones.

Continuó caminando, sabía perfectamente que la cosa-o alguien-que la había golpeado iba a terminar el trabajo si la encontraba, así que siguió hasta que su pierna sangrante no lo resistió más y la hizo caer, propinándose un golpe en la cabeza.

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Podía escuchar a la gente riéndose de alegría entre aquella extraña oscuridad o tal vez no era de alegría sino de algo más. Tan rápido como aquellas risas habían llegado, se desvanecieron pero esta vez la chica podía verse parada frente a la ventana rota en la que se había estado observando. Al voltear pudo sentir el primer golpe, cada uno de ellos descendiendo con violencia sobre su cuerpo, administrados por la criatura que no podía visualizar. De fondo, otra vez escuchaba las risas, tan cerca, como si las tuviera en su cabeza.

"Siempre confiaré en ti"

Eso fue lo último que pudo decir antes de caer completamente en aquella oscuridad.

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Se lamió el labio inferior, ojos saltando a un lado al otro de la estancia. Gotas de sudor descendían lentamente por su sien, involuntariamente sus manos se cerraron con más fuerza alrededor de la única arma a su disposición: un bate de beisbol viejo y marcado por el uso que había encontrado en uno de los casilleros más cercanos a su salón.

El pasillo estaba mortalmente silencioso, ni un ruido se atrevía a romper aquella perpetua calma que se había cernido sobre el colegio el momento exacto en el que cesaron los gritos. Miles, en la locura del momento, decidió quedarse en el salón encerrado, mientras que sus compañeros exaltados y curiosos por los eventos recientes salieron en tropel del salón para poder presenciar qué estaba pasando exactamente. Craso error. Ahora, o por lo menos según los cálculos del chico, el noventa por ciento-y tal vez más- de la población estudiantil, incluyendo maestros y demás empleados habían muerto.

Miles nunca había estado tan agradecido de haberse quedado en el salón.

Aunque honestamente, no era como si le importara lo que le hubiera pasado a los otros. De hecho, no le parecía relevante con tal de que no lo perjudicara de ninguna forma y más bien, se deleitaba con la idea de que toda esa pila de idiotas borregos hubieran desaparecido de la faz de la tierra. No los vería nunca más, esas caras ignorantes e imbéciles contaminando su vista todo el maldito tiempo. El pensamiento causó que una inestable sonrisa apareciera en su apuesto rostro. Se hubiera reído, estallado en carcajadas incluso, si no fuera por la gravedad de la situación.

El piso estaba cubierto de cadáveres en grotescas posiciones, vísceras y demás órganos esparcidos en todas las superficies imaginables, casi parecía decoración de Halloween. Excepto que esto no era Halloween. Excepto que esto era muy real. El olor a muerte era prueba de ello, esparcida por cada rincón del instituto, delicioso y atrayente, no le molestaba para nada. Definitivamente podría acostumbrarse a esto.

Stepping On GlassDonde viven las historias. Descúbrelo ahora