Capítulo #2: Nostalgia

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Las calles estaban extrañamente vacías, un silencio ensordecedor se había apoderado de la ciudad de Aldcrest. Donde antes se escuchaban las risas de los niños, el cantar de los pájaros, el ronroneo de los carros-el sonido de la civilización- ahora había una tranquilidad engañosa que helaba los huesos. El aire desprendía un aroma peculiar, una combinación de humo, aguas residuales, carne podrida y desesperación que reflejaba la situación de la antigua utopía. Edificios en llamas, vidrios rotos, basura esparcida alrededor, carros abandonados, rastros de sangre en todos lados, el caos en vida propia. Era como si el mundo se hubiese acabado en el lapso de ocho horas que le tomó al virus asentarse en sus huéspedes.

Miles caminaba despreocupado en el medio del desastre, bate apoyado en el hombro, como si perteneciera en tan terrorífico cuadro. Pasos seguros, ojos grises intensos. Le parecía extraño en sobremanera que no se hubiese encontrado con ninguna señal de vida-humana o no-en el camino. Estaba preparado a enfrentarse a gente corriendo asustada en variadas direcciones e incluso a los que ya no eran gente pero no se había esperado encontrarse con tal desolación. No había ni un alma a la vista. No que eso le importara ni nada de eso, solo que no dejaba de ser raro.

Los dedos de la mano derecha le vibraban en ansiosa anticipación de cualquier tipo de acción, adicto que era a la paranoia y el suspenso. Se comparaba a sí mismo a un fumador con el deseo de tener un cigarrillo en la mano. Solo que su deseo era algo muy diferente y mucho menos inocente que simplemente fumar. Si fuera tan sencillo como eso...

Para cuando llegó a su destino, el anochecer ya había caído, bañando en penumbra las avenidas. Sus instintos de cazador aumentaron por diez en la oscuridad. Siempre lo hacían cuando caía la noche. Hacía un frío de muerte que hubiese congelado a cualquier otro, mas no a Miles. Aunque el aliento se materializaba en el aire cada vez que respiraba, físicamente no sintió el cambio de temperatura. Su cuerpo automáticamente se acostumbró al clima, mejor dicho, se aclimató. No conocía la razón de esto pero le era muy conveniente. Mientras que otras personas sufrían por los drásticos altos y bajos de calor en Aldcrest, Miles ni se inmutaba. Cuando hacía calor, él era frío y cuándo hacía frío, el era calor. Muy conveniente realmente.

Heather siempre le decía que eso se debía a que él era especial.

"Eres especial, Miles"

Algo se le encogió en el pecho.

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Miró al edificio que se erguía imponente, casi tocando el cielo. El complejo de residencias donde él y Heather vivían estaba al frente suyo, viéndose en increíble mal estado. La estructura hecha de vidrio, estaba en muchas partes destruida, los alrededores cubiertos en fragmentos al igual que cadáveres. No podía contar si los cristales eran más que los cadáveres o si los cuerpos eran mayoría. En realidad, no le importaba.

A Miles no le importaban muchas cosas.

Entró al edificio y descubrió gratamente que por lo menos había electricidad. Hubiera sido un enorme dolor en el trasero tener que subir los veinte pisos para llegar a su apartamento, no tenía tiempo de sobra para estarlo gastando en eso. El vestíbulo era un desastre y empezó a preguntarse qué no era un desastre en ese nuevo mundo gobernado por el caos.

La recepcionista yacía boca abajo sobre una piscina de su propia sangre, cabeza ladeada en su dirección. Ojos vacíos y desorbitados le devolvían la mirada, dándole la impresión de que la mujer debió morir viendo a su asesino, fuera lo que fuera. Hay casos en los que la gente muere desprevenida, ignorante de que o quien los mato. Este caso no era uno de ellos.

Tenía unas cuantas marcas de dientes en la pierna y en algunas zonas le faltaban trozos considerables de piel. Mordidas, le suplementó su mente. Había sido mordida. El qué le había atacado, ese era el dilema.

Stepping On GlassDonde viven las historias. Descúbrelo ahora