Ella era la reina,
la ficha, el juego.
Él era el rey,
jugando con fuego.
Ella iba a enamorarlo,
usarlo y dejarlo.
Acabó prendada,
y finalmente destrozada.
Él había ganado,
y la había dejado.
Bebía, fumaba,
se drogaba.
Una pieza rota,
irreparable.
Una magnífica
derrota,
inigualable.