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Los cristales se rompieron y la sangre caía lentamente siguiendo la forma de sus largos y finos dedos.
Mientras en su cara se dibujaba la desesperación y la muerte.
Ella era una suicida; una suicida enamorada de la luna y de la noche. Soñaba con estirar su pálido brazo y poder rozar las estrellas.
Era una pobre ilusa sin ganas de vivir.
Lo único que la unía a la realidad eran los profundos cortes de sus muñecas, eran tan perfectos... Tan diabolicamente perfectos...
Sonrió por última vez; sin ganas, fría, ya sabía que estaba muerta, la sangre la había abandonado para siempre.

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