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Dejé de dibujarte, de intentar inmortalizarte en cada trazo del papel, de cerrar los ojos y dejar que la mina, la tinta, los colores, fluyan.
Me cansé de que fueras mi musa. Tal vez me cansé mucho antes de saberlo; o de que tú supieras que ya no me pertenecías.
Dejé de hacer poesía, de hacer arte, literatura. Porque tú siempre fuiste mi novela más preciada. Y te leía cada día de una forma tan precisa...
Quizás la inspiración vuelva a mí a través de tí, o quizás encuentre en otra persona las ganas que he olvidado en algún remoto lugar de mi papel en blanco.
Con todo, te seguiré queriendo, cada año, cada mes, cada día, cada minuto, incluso cada segundo. Porque tú también eras escritor, pues me convertiste en poesía; y eso nunca se perderá en el olvido.

Promiscuidad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora