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Acababa de dar el puntapié necesario que quizá Santiago necesitaba para ser libre y consumar lo que tenía entremanos con Valentina.

No habría motivos para culparlo, yo me habría negado a seguir con nuestra relación clandestina, entonces, ¿por qué me dolía tanto? ¿Por qué seguía vagando como un alma en pena?

La presentación oficial de su noviazgo no se hizo esperar; motivo suficiente para convencerme de que jamás me habría amado lo suficiente y ni tan importante nuestro amorío, como para confesarlo ante el mundo.

El almuerzo organizado por los padres de Santiago, resultaría un incordio Aunque negase a irme, mi madre y mi hermana aturdirían mi cabeza, martirizándome al decir lo egoísta que era y lo envidiosa que me comportaba. Finalmente, aceptaría asistir con el único propósito de que se callasen de una buena vez y dejaran de decir estupideces.

Reuniéndome del coraje suficiente y envolviéndome en un manto extra de paciencia, viajamos en el automóvil de mi padre hasta Navarra, en un viaje agotador, no solo por el clima (el verano acechaba), sino por mi madre y su incontinencia verbal. No dejaba de felicitar a mi hermana por su buena elección, destacando lo bello y rico que era Santiago y su familia además de adularse a sí misma por confirmar lo que siempre hubo de sospechar.

Durante las cuatro horas y media de viaje, mi cuello sería víctima de una tremenda tortícolis; sin abandonar mi mirada por la ventanilla, me dispersaría con el paisaje. Considerándolo como opción válida ante la posibilidad de asesinar a mi madre.

Como era de esperar la mansión de los De Uribe era increíble, elegante, de estilo neoclásico, con una altas e importantes columnas estriadas de estilo jónico en el porche, enmarcando la entrada, que combinaba mármol muy claro y guardas de travertino en colores ocre.

El césped de acceso a su casa parecía el del Camp Nou, muy verde y minuciosamente cortado. Flores coloridas, esparcidas en varios sitios de la mansión, le daban al conjunto un toque de glamour e impronta ricachona, por qué negarlo. Los setos nos guiaban desde el momento en que el portón de hierro forjado de abría a nuestro paso, hasta la escalinata de acceso.

Los ojos de mi madre, extasiada con tanta ostentación, parecían salirse de su órbita; miraba a todos lados destacando la belleza del lugar, y cuando hube pasado por delante de ella, con mi dedo, toqué su barbilla asombrándose del desparpajo de mi gente.

— Cierra la boca, se te caerá la mandíbula— mi padre contuvo una gran risotada.

— Siempre impertinente— ofuscada, retiró mi mano con brusquedad.

No me importaron sus palabras, reí divertida para mis adentros, en poco tiempo me iría del infierno familiar para recalar en un bonito apartamento el cual había señado, cercano a mi actual casa, y cerca del estudio de arquitectura en el que trabajaría desde el mes entrante.

Con 21 años a cuestas, era hora de concretar mis sueños; al menos aquellos que estaba a tiempo de llevar a cabo.

Hacía mucho tiempo que no veía a Santiago. De aquella tarde en la cocina, en la cual nos encontraría trabajando con Juliana, pasaría poco más de un año. Exactamente 423 días. Días largos, extensos, en los cuales sufrí golpeando a la almohada por las noches, llorando desconsoladamente.

Atravesé distintos estadíos de furia: enojo conmigo misma por renunciar a la posibilidad de seguir pasando tiempo a su lado, enojo por reconocer que estaba predestinada a ser un simple juguete y con la ira creciente de saber que nunca significaría nada en su vida, pero sí, él en la mía.

De los tres amigos, lograría graduarse en primer lugar para lo cual organizaría un evento familiar, al que asistirían mis padres ya en calidad de suegros, mi hermana en calidad de novia y mi fantasma...ya que, alegando que estaba comprometida con unos exámenes, no podría asistir.

"Entre la Miel y la Hiel" - (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora