Una fuerte contracción incontrolable la despertó en la noche. Comenzó a llorar. No derramaba las húmedas lágrimas por el dolor físico que le producía las mismas, sino por el de su alma. Era el momento. En horas el mundo, su mundo, caería en un abismo. Tendría que abandonar todo lo que amó y aún ama. A Saeed, a Tyrons que estaba por nacer, su familia... la vida que siempre soñó. Su esposo había ido a buscar a Evangelia, la partera, siendo vigilado por un soldado. Desde la última semana se había instalado en la casa, siguiendo cada uno de los movimientos que realizaba la pareja; sin ayudar en lo más mínimo con las tareas del hogar, pero siendo un plato más en la mesa. Saeed insistió en que ella tenía que abandonar la casa y huir para salvar su vida, a su lado no estaba segura, tarde o temprano la terminarían asesinando los propios soldados si no se iba. Claramente estaba en completo desacuerdo, incluso en este momento. Amaba su vida, no quería dejarla, aún así en contra de su voluntad, la palabra de él se cumpliría. Estuvieron practicando la pelea durante semanas para que sea más realista.
Una tarde en pleno ensayo, el hoplita irrumpió en la casa. Improvisaron. Ella abofeteó a su compañero, y fingiendo el llanto salió de la casa, pasando por al lado del hoplita. Saeed atinó a salir en su busca, pero una fuerte mano le detuvo y levantó por el cuello, apretando con una intensidad moderada, lo suficiente para que no se desmaye.
- La familia es lo más sagrado en esta tierra - el espartano cerró su mano un poco más, pero aún mantenía su semblante sereno. Saeed tenía el rostro completamente rojo. Sentía sus venas de la cabeza casi a reventar por la presión - Pero claro, ¡Eres un maldito persa! ¿Cómo has de saberlo? Para eso estamos nosotros, para hacerte entender - dijo burlón y con asco.
Le soltó, cayó como plomo. Sus pulmones buscaban el aire que se le fue prohibido. El hoplita le levantó la cabeza tirando de sus pelos - Voy a buscar a tu mujer y tu te quedas donde estás desgraciado. Después de todo... no queremos que nada malo le pase a tu hijo ¿Verdad...?
Colapsó; la desesperación fue tan grande que las lágrimas se derramaron por su tez ahora pálida por la noticia que acababa de recibir. Si ahora su existencia era un calvario, cuando naciera su hijo sería el infierno en vida. Su respiración era agitada y le costó demasiado volver al ritmo normal. Con los minutos se fue calmando. Ya sabía la realidad, no entendía porque le seguía alterando tanto. Poco a poco su rostro volvió a esa tez bronceada. Diez minutos más tarde, quince capáz, el espartano volvió con Adara. Durante toda esa semana no se hablaron, lo desearon con alma y vida, pero la vida de Adara era sumamente importante para Saeed. Cada vez que ella le dirigía alguna palabra, él la ignoraba. Una condena necesaria para ambos.
El sonido de la puerta abriéndose con fuerza la sacó de sus recuerdos. La llevaron a una bañera llena de agua. La partera le indicó que tenía que hacer en todo momento. Al cabo de unas horas se oyó el llanto de un bebé. Evangelia cortó el cordón umbilical y lavó la sangre de su madre del cuerpo del pequeño, luego se lo entregó a su progenitora. Adara lo sostuvo con sumo cuidado y exceso de cariño. Era un niño grande y fuerte; sus rasgos faciales: los ojos y la nariz de su madre, la barbilla y las orejas de su padre. Se esforzaron en disimular la ternura que les causaba y las ganas de formar una familia; en todo momento se mantuvieron distantes uno del otro, mostrando odio y arrepentimiento.
Era alrededor de la media noche. Adara besó y abrazó a Saeed por última vez con lágrimas en los ojos y un dolor desconocido hasta ese momento en su pecho. Miró a Tyrons con la mirada más triste que una madre puede mostrar en su vida. Nueve meses en su vientre para irse así. Los amaba. Aún así, abrió la puerta, miró atrás por última vez y se encaminó sin rumbo.
El soldado había acompañado a Evangelia de regreso a su casa. Para cuando volvió, se encontró con la ausencia de la joven. Al entrar el soldado a la casa, el persa ya había dejado al bebé en el suelo y se puso en pie. En base a los acontecimientos vividos en la última semana, el espartano le cargó la culpa a Saeed, el desgraciado había arruinado su familia y no sólo eso, sino también los planes del rey. Corrió rápido como el viento y con movimientos ágiles dignos de admiración se dirigió a impactar su puño en el rostro del joven padre, pero con un movimiento sutil de su cabeza, Saeed esquivó el golpe. Se apoyó en su pierna hábil y dió un giro para quedar detrás del espartano, con su mano derecha en la empuñadura de la xíphos del soldado, le dió una patada en la espalda lo más fuerte que pudo con su pierna izquierda. El hoplita cayó pero siguió en movimiento por el nuevo puntapié proporcionado por Saeed en su estómago desnudo. Lamentó no haber llevado consigo su armadura.
- ¿Qué demonios? ¡¿Qué crees que estás haciendo bas...?!
Saeed lo levantó por el pelo con violencia hasta que sus ojos estuvieran a la altura de Tyrons.
Colocó la espada en el cuello del espartano. Éste se agitó.
- Tranquilo... que no te pienso separar la cabeza del cuerpo mal nacido. Después de todo... no queremos que nada malo le pase a mi hijo ¿Verdad...?
Había firmado su sentencia de muerte. Pero solo una cosa tenía bien en claro, su hijo iba a sobrevivir.
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El Arte de la Guerra: Titán.
Ficção HistóricaEl Arte de la Guerra trata sobre Tyrons, un excelente guerrero apodado "Titán". Hijo de un joven persa capturado desde bebé como esclavo por los saqueadores. Tyrons, conocerá desde muy pequeño la violencia y el uso de la espada, el escudo y de la la...