Mi historia

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Desde que tenía once o doce años, las cosas empezaron a cambiar. Ya no razonaba de la misma forma que antes; dejaron de interesarme las cosas de niños como jugar o ver dibujos animados todo el día. Eso era lo normal, o al menos eso era lo que yo entendía. Pero no solo eso cambió; también cambié mi manera de ver el mundo, como por ejemplo, la política,las mujeres, y en general, las personas que me rodeaban; mi entorno, mi familia y amigos. Esto llegó al mismo tiempo que me mudé a esta ciudad, junto con mi madre, gracias a que se había divorciado. A veces me sentía un poco extraño, a veces un poco perdido, a veces hasta un poco asustado o ansioso. No conocía a nadie en este barrio y debía entrar a la escuela secundaria sin saber ni donde estaba parado, esto aumentaba mas el miedo. Ya no sabía si eso era normal.


Pero finalmente todo resultó medianamente bien, tuve buenas calificaciones, conocí varias personas, buenas y regulares. Todos los días recorría las calles del barrio, que por cierto era bastante tranquilo. Mi madre me preguntaba de vez en cuando cosas como si tenía amigos o como iba en la escuela. Así pasó el primer año; ya me había acostumbrado a mi nueva vida por completo. Pero sin embargo, seguía teniendo pensamientos extraños, que surgían de repente, sin aviso y no tenía idea a que se debía. Esto había empeorado, a veces tenía miedo o incertidumbre, debería ver a un psicólogo, pero ¿para qué? si no era nada que no pudiera controlar -¿Como se que esto no le ocurre a cualquier adolescente?- me decía siempre para tranquilizarme. Además esto duraba poco tiempo, y podía distraerme fácilmente, por ejemplo con las chicas de mi clase. Nunca me juntaba con ellas, pero distraían mi atención; no porque me gustaran, si no por su manera de actuar. Ya no se comportaban como antes. Ahora todas competían por ganar la atención de los chicos, vistiéndose de forma sugestiva, provocadora, usando maquillaje, lo que por su edad no les favorecía mucho que digamos, y mostrando sus curvas, aunque todavía no tenían tantas, por lo que a veces se veían un poco payasas.Ahora empezaban a salir de noche, a discotecas, empezaban a emborracharse y a conocer lo que eran las resacas.


Bueno, nada de esto me interesaba mucho, no tomaba alcohol, ni salía muy tarde. Mientras los días pasaban casi sin variación. Así que no hay mucho que contar; exceptuando algo que me ocurrió una vez, cuando estaba empezando la primavera y me había decidido a salir por primera vez,ya que había regresado de la escuela sabiendo que como era viernes varias discotecas cercanas abrirían, y medio mundo estaría en ellas. Le dije a mi madre que saldría a las doce y ella puso cara de enojo y desaprobación, y enseguida, de resignación.


-Está bien, no puedo retenerte por siempre, -dijo con aire de cansancio- pero vuelve rápido y ten mucho cuidado ¿estamos?

-Claro mamá -contesté de inmediato, pero entonces un pensamiento terrible invade mi mente como un relámpago: "Ella no te quiere Carl, no le interesa lo que hagas, solo se preocupa por ella misma"- Sacudí la cabeza y traté de olvidarme de eso, pero ese maldito pensamiento continuó atormentándome todo el día. A tal medida que cuando era medianoche salí a la calle y empecé a caminar sin mirar a donde.


Después de media hora, había pasado por varios clubes, todos llenos de gente, sin detenerme, doblé a la derecha, caminé por una enorme avenida curiosamente despoblada, alejándome varias calles. Entonces una discoteca me llamó la atención, estaba toda iluminada y había poca gente afuera. Entré sin perder tiempo. Lo que encontré adentro me dejó atónito; era un mundo aparte; el vapor limitaba terriblemente la visión, pero veía que el lugar era enorme y estaba lleno de personas. Caminé hacia delante, compré una bebida que no estaba seguro de que era pero era bastante fuerte y relajante. Caminé de un lado a otro sin detenerme, mientras escuchaba esa musica eléctrica y veía apenas las siluetas de las personas a semejanza de sombras que se movían constantemente. Perdí la noción del tiempo. Mi reloj marcaba las dos; decidí marcharme. El caso es que cuando salí, no tenía idea del camino que debía tomar para volver. Recuerdo que le pregunté a un desconocido por "la calle Moreno" pero solo se rió y desapareció; repetí la pregunta a otro hombre que salía del club y me dijo "La calle Moreno no existe", empecé a preocuparme ya que no andaban taxis, pregunté, esta vez a una mujer por esa calle y me miró con tono burlón "¿Estás perdido?", me aparté sin decir nada y caminé de una esquina a otra tratando de reconocer la calle por la que vine; imposible, no lo lograba.

Vidas siniestras.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora