Capítulo Cuatro

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Abrí los mis ojos y vi la luz del sol entrando por mi ventana. Maravillada, me quedé observando un momento cómo flotaban la partículas de polvo en el haz de luz. No recordaba cuándo ni cómo, pero en algún momento de la noche, entre lágrimas y recuerdos, finalmente me quedé dormida.
Pero mi cuerpo y mi mente se negaban a registrar aquel hecho, ya que estaba agotada tanto física como mentalmente.
Me incorporé lentamente y salí de la cama. Miré el reloj.
11:42 a.m
No había rastros de que Alex hubiese dormido aquí anoche.
De hecho, no sabía dónde estaba.
No me preocupé demasiado, ya que él solía pasar sus buenas horas en la habitación de Ángel, el hermano de Lauren. Hablaban, jugaban videojuegos y cosas así.
Sí, probablemente allí estaba. Ése era su refugio cuando las cosas andaban mal.

Me tomé unos minutos para vestirme y salí del cuarto.
Abajo, en la cocina; se encontraba Stella preparando café. Me vio bajar y sonrió.
-Buenos días. ¿Quieres desayunar? -preguntó.
Negué con la cabeza.
-No, gracias. ¿Has visto a Alex?
Ella dudó por un segundo antes de responder.
-Hmm, no. No lo he visto.
No contesté. Fui directo al cuarto de Ángel y golpeé la puerta.
Se oyó un resoplido. Acto seguido, la puerta se abrió y Alex apareció ante mí.
Mentalmente exhalé un suspiro de alivio.
-H-hola - tartamudeé.
-¿Qué quieres? -me contestó, y sentí un nudo formarse en mi garganta.
-Nada... Sólo quería ver có...mo estabas... Siento haberte molestado- dije dándome la vuelta.
Me maldije a mí misma por ser tan tonta. Ya en este punto el temblor de mi voz y las inminentes lágrimas eran imposibles de disimular, por lo que preferí irme de allí.

Subí a toda prisa las escaleras hacia mi habitación y me tumbé en la cama. Mi almohada fue la testigo una vez más de mis sollozos. No podía parar, cada vez que el llanto menguaba un poco, nuevos recuerdos se formaban en mi mente y reaparecían las ganas de llorar. No podía seguir así. Quería ser fuerte, lo juro; pero no tenía idea de cómo hacerlo. Sólo quería que aquel suplicio terminara de una vez por todas. Porque dolía. Y mucho.

Creo que su frialdad me hirió aún más porque guardaba esperanzas de que el día de hoy todo hubiese cambiado. Pero era evidente que eso no pasaría.
Alex y yo no volveríamos a estar juntos.
Y yo debía irme de la casa.
No tenía trabajo.
Ni lugar a donde ir.
De pronto me invadió una desesperación tan abrumadora, que a duras penas pude contener las ganas de gritar.
Me estaba despojando absolutamente de todo.
Estaba sola.

Mi mente se resistía a aceptar tal hecho; como si un mecanismo de defensa se activara automáticamente para protegerme del dolor que me produciría pensar en ello. Pero lo descarté. No más esperanzas, no más lágrimas. Se había acabado.

Inhalé fuertemente. En mi interior, mi lado racional estaba librando una lucha encarnizada contra con la angustia y la desesperación que amenazaban con apoderarse de mí.
La razón ganó.
Y ella me decía que debía dejar de torturarme y pensar en lo más urgente. Tenía que pensar en conseguir un sitio nuevo para vivir. Sin trabajo, sin dinero y sin ayuda, aquello se me iba a dificultar bastante.
Suspiré y tomé mi celular. Sabía que lo que estaba a punto de hacer no sería nada fácil; pero no me quedaba otra opción.
Marqué un número y esperé. Al cabo de unos segundos, una voz femenina me contestó.

-¿Nicole?
-Hola, mamá.

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