Capítulo Tres

113 12 3
                                    

-Escucha, Nicole, sé que esto no es fácil; ¡pero no puedes irte por ahí sola a estas horas de la noche! ¿Eres consciente del peligro que corres?

Alex me miraba furioso. Parece que se había estado guardando su sermón para cuando hubiésemos llegado a casa.

-Lo sé, lo siento. Es solo que me estaba haciendo muy mal estar aquí adentro, necesitaba aire. Es todo.

-Tenías la terraza para tomar todo el aire que quisieras.
-No es lo mismo. Quería caminar.

Él resopló con impaciencia.

-¡Basta! ¿Ves lo que haces? ¡Continúas comportándote como una niña inmadura! ¿Y así quieres otra oportunidad?

Lo miré fijamente. Aquello había sido un golpe bajo.
-Vete a la mierda -susurré.

-¿Es que no te das cuenta de que...
-Cállate, Alex! Eres un idiota. Basta, deja de humillarme. ¿No es suficiente para ti haberme dejado, con todo lo que eso significa para mí? ¿También debes empezar a gritarme por haber salido a tomar un maldito respiro? Ya déjame en paz.

Lo oí suspirar, pero yo ya me había levantado de mi silla y me dirigí hacia mi habitación. Cogí mi cepillo de dientes y bajé nuevamente hacia el baño.
Me lavé los dientes y la cara. Cuando terminé mi pequeño aseo, me miré al espejo. Las últimas horas habían hecho estragos en mi rostro. Lucía demacrada, los ojos rojos e hinchados, los labios resecos. Cómo me gustaría ser como las chicas de las películas. No importaba lo que les sucediera o cuánto lloraran; jamás perdían su impecable aspecto. Ni siquiera se les corría el maquillaje.
Suspiré resignada. Esto era la vida real. Y yo me veía terrible.
Tampoco era como si realmente me importara, de todas formas.

Salí del baño. Alex seguía sentado allí, en la cocina. Había encendido otro cigarrillo.
Lo miré de reojo y seguí mi camino hacia nuestro dormitorio.

Me acosté y cerré mis ojos. Estaba plenamente consciente de que no iba a poder dormir; pero aún así albergaba ciertas esperanzas de conciliar el sueño.

Por mi mente pasaron todos los momentos con Alex, desde que nos conocimos hasta el día de hoy.
Era sumamente doloroso pensar en aquello.
La primera vez que lo vi, ni siquiera me gustó. Era muy atractivo, pero yo estaba totalmente cegada por un amigo suyo, Pablo. Sólo tenía ojos para él, aunque yo no le interesaba para nada.
Pero Alex se había fijado en mí. Se mantuvo alejado, e incluso intentó ayudarme con su amigo. A la semana de conocernos ya había surgido entre nosotros una gran confianza. Salíamos a caminar, y él venía muchas veces a almorzar a mi casa invitado por mi madre, quien lo conocía y lo adoraba. Él era muy atento con mis dos hermanas pequeñas, Sofía y Camila. Les compraba helados y las consentía en todo, como un hermano mayor haría. Yo admiraba profundamente aquel rasgo suyo.
En Navidad, una amiga nuestra hizo una pequeña fiesta en su casa y fuimos invitados. Pablo estaba allí también.
Yo había bebido de más e intenté acercarme a él. Me rechazó, por supuesto. Yo me descompuse de tal forma que me fui para un rincón y empecé a beber más aún.
Sí, fue patético.
Sobre todo considerando que Pablo era simplemente un capricho. Sólo lo quería porque él no mostraba ningún interés en mí, y yo no estaba habituada al rechazo.
Alex apareció en mi rincón con una gran porción de pizza y un montón de chistes tontos y sin sentido para hacerme reír. Y lo logró.
Bailamos, nos burlamos de una chica que estaba haciendo el ridículo totalmente, y reímos sin parar por todo. En resumen, fue una noche memorable.
Por la mañana, cuando ya todos se habían retirado y sólo quedábamos nosotros dos y la dueña de la casa; Alex me propuso acompañarme hasta mi hogar. Sólo quedaba a unos cuantos metros de allí, pero él insistió.
Cuando llegamos, me miró y me soltó todo aquello. Me dijo que yo le gustaba mucho, que quería una oportunidad conmigo, no como novios aún pero quería conocerme más. Me invitó a salir.
Yo acepté y él me besó.

Allí fue cuando comencé a enamorarme de él.

Y ahora, todo se acababa. Lo que tuvo un comienzo perfecto y duró tres años de pura alegría, con malos momentos pero sobre todo llenos de amor, esa bonita relación que habíamos construido, ahora se venía abajo en mil pedazos.

Tomé mi almohada y la abracé, intentando ahogar mis sollozos en ella. Intentando que ese vacío que sentía se disipara al sujetarla con fuerza.
Nada funcionó.

BelieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora