Tormentosa existencia

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Habían pasado ya varios años desde que sucedió aquello. Varias pesadillas la habían atormentado hasta el punto de no poder dormir en meses. No permitía ningún tipo de contacto con sus familiares ni amigos. Se había encerrado en sí misma hasta el punto de haber perdido el contacto con su mejor amiga de la infancia.

¿Pero cómo reaccionar tras un suceso tan horrible como una violación?

Durante aquellos largos diez años se sintió incapaz de fijarse en nadie, de sentirse atraída por ningún hombre. Huía de cualquiera que tuviera un aspecto sospechoso, aunque eso solo era producto de su mente. Estaba tan traumatizada que intentó buscar un empleo en el que no tuviera que lidiar con hombres. No tuvo tanta suerte. Se llegó a cuestionar que la fortuna hubiera estado de su lado alguna vez...

En ese momento se encontraba en su casa de la playa, donde siempre se refugiaba para reflexionar sobre su vida. Apenas reconocía a las personas que aparecían en las fotos que adornaban todas las estancias. Y sin embargo, no se sentía incómoda al pasear entre ellas. Sin duda, se trataba de una sensación extraña que no le desagradaba. Ni siquiera las imágenes de un anciano risueño que aparecía junto a ella en uno de los retratos. Ni las imágenes de dos mujeres parecidas a ella, una mucho más joven que la otra. Caminaba descalza por el largo pasillo, hasta la entrada, con una sensación agradable que hacía mucho que no sentía.

Y así fue como decidió ir a la playa, descalza. A aquellas horas de la noche, la luna se encontraba sobre el cielo nocturno, iluminando toda la costa. No había nadie cerca de su escondite preferido, cosa que siempre agradecía. Se sentó sobre una de las tantas rocas que había en aquella zona de la playa y cerró los ojos con cierta nostalgia. Debía reconocer que echaba de menos a sus padres y a sus amigos. Echaba de menos esa fuerza que siempre la había caracterizado. Echaba de menos, en definitiva, ser ella misma.

Y entonces, el murmullo del mar la tranquilizó por primera vez en diez años.


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