Prólogo

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Esa mañana Christian Cooper se había dado una ducha después de haberse levantado, le gustaba iniciar los días sin preocupaciones, dejando que el agua se las llevara por el drenaje. Las tensiones desaparecían cuando toma una ducha.
Cuando terminó, bajó a la cocina.
Su madre estaba preparando el desayuno, no muy enérgica como otros días. Se sentó en una silla y decidió servirse un poco de cereal. Su mamá parecía apurada, pero cuando ella se giró a dejar pan tostado en la mesa él la notó algo seria. Chris miró el calendario y supo por qué.
Era extraño cuando hacía buen clima en el pequeño OldyVille. En ese momento, afuera hacía aire. El ruido de las ráfagas se oía incluso hasta adentro de la casa, dándole a la ocasión una sensación de soledad.
Los mínimos ruidos eran audibles. Chris miró el reloj en la pared de la cocina. 7:50 a.m. Terminó de beber un té, le dió un beso a su madre y salió. Ella no dijo nada.
Hacía un par de semanas que habían iniciado las clases en preparatoria. No le costó hacer amigos los primeros días.
La escuela no estaba lejos de la casa de Chris. Sin embargo, se fue más despacio de lo normal, pues la carretera estaba un poco mojada debido algunas lluvias de días anteriores. Christian llevaba la mirada fija en la carretera, pero más que eso, parecía perdida. Como cuando alguien se detiene un momento a recordar. Y así era. Él estaba recordando. Se remontó años atrás, cuando era un pequeño niño.
La noche era serena. Su madre había salido a buscar medicamentos para su padre. Él había decidido quedarse para supervisarlo. Cada diez minutos iba a su habitación. Aunque no lo admitiera, le horrorizaba la idea de quedar sin padre. No le gustaba verlo sufrir por su enfermedad. Una de las veces oyó un fuerte golpe. Corrió a la habitación de su progenitor. Todo estaba oscuro. Solo una pequeña luz de luna lograba filtrarse por una de las ventanas y eso fue suficiente para poder dejar mirar al pequeño Chris. Su padre estaba en el suelo, de su cabeza salía sangre a raudales. Tanta, que logró tocar uno de los pies de Chris. Pero eso no era todo. Chris miró el rostro de su padre. Tenía los ojos abiertos y una expresión de horror. Fue tan terrorífico que el chico jamás había podido olvidar aquello. La oscuridad se había convertido desde entonces en uno de sus miedos. Y también fue la noche en que uno de ellos, se había vuelto realidad; quedar sin padre.
Por eso su mamá había estado tan seria.
Ese día se cumplía el noveno año de la muerte de su padre. A pesar de los años, no logró superar dicho evento, pero había aprendido muy bien a vivir con ello.

Salió de sus pensamientos y dió la vuelta en una cuadra. Ya estaba en la escuela. Quizá un poco de instituto le vendría bien y le haría olvidar aquello. Bajó de su auto color arena. Había comenzado a llover. Las gotas rebotaban en el techo de su auto salpicándole la cara mientras se abrochaba su sudadera.
Caminó, subió los escalones principales de la escuela y fue a su casillero a sacar cuadernos y libros.

-¡Ey! -gritó un chico detrás de Chris.

-Ey, Kevin -saludó Chris.

Chris y Kevin habían entablado muy buena amistad poco después de los primeros días de clases. También dos chicas; Megan y Jessica.

Cuando Chris terminó de echar sus cuadernos a la mochila, se dirigió junto con Kevin a su primera clase.

-Hola Meg. Hola Jessica -saludó Chris.

Las chicas respondieron a su saludo.

Un hombre alto entró por la puerta. Llevaba un enorme maletín negro y un traje gris. Ambos hacían juego.

-Bien chicos. La próxima clase tendremos un debate -habló el profesor- acerca de la Teoría de la evolución o Teoría Divina. ¿Alguien quiere comentar algo?

Como era típico, hubo un momento de silencio. Algunos se miraban unos a otros. El profesor miraba a todas partes mientras algunos de sus alumnos se escondían detrás de sus compañeros o bajaban la cabeza. Tal como un depredador acecha a su presa. Finalmente, levantando la mano un compañero habló.

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