Capítulo uno

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Siempre pensé que mi familia era feliz. Que mi vida iba ser feliz. Bueno para tener cuatro años de edad aún creía en los finales rosa. Mi vida era como un cuento de hadas. Y lo sé porque tengo tantas fotos de aquellas épocas en que el amor y la felicidad estaban al alcance de mi mano. Ahora podré tener todo con una sola orden. Pero por más cosas que acumule no me siento completa.

Mi vida perdió su inocencia cuando ella se fue. La amaba más que nada. No era la única que la quería tanto. Mi padre se desvivía por ella. Sus miradas cuando se encontraban eran de amor puro e infinito. Vivir con ellos te hacía creer que el verdadero amor existía y que la vida era luz. Una luz sublime que te acobija cada día. Pero cuando ella se fue todo el castillo se derrumbó. Mi papá, Alejandro Tanner, se hundió. Me dejo sola con todo el dolor que es perder a tu mamá. Elena Vance era una mujer fuerte. Con su temperamento irlandés podía intimidar a cualquier persona, era bella. Tenía unos cabellos naranjas como el sol del atardecer, sus ojos eran como ver el océano en la oscuridad, un azul profundo. Pero con su familia era la flor más delicada que pudiera existir. Desprendía ternura y amabilidad por donde iba. Yo amaba a mi madre, era mi ejemplo a seguir. Por eso cuando ella se fue, yo me sentía muy perdida. Pero lo más trágico de todo es que cuando se fue, dejo a dos personas.

Agatha y Damián.

Pensé que ellos salvarían a mi papá, pero no, solo lo hundieron más. Él no pudo soportar que ellos arrebatarán la vida de la mujer que más amaba. Pasó un mes. Yo ya los quería a mis hermanos, pero mi papá cada vez que los veía lloraba. Entonces un día de verano él los arrebató de mi vida, se los llevó y nunca me dijo a donde.

- ¿Megan no crees que ya es hora de que te vayas a dormir? Llevas casi toda la noche escribiendo, creo que deberías continuar mañana. - dijo Hannah. Ella era mi compañera de departamento en una de las residencias en Princeton. Las dos estudiábamos negocios, pero teníamos un hobby por el arte de cualquier tipo. Así que siempre nos estábamos inscribiendo en cursos de pintura, teatro o danza. Ella era mi mejor amiga. La conocí después del incidente de mi papá y la desaparición de mis hermanos.

- ¡Pero Hannah, tú sabes que la inspiración me viene de madrugada! Y así como la oscuridad guía tu camino, deberías dar vuelta y regresas a tu cueva oscura. -

- ¡Eres una mala poeta! ¡Y grosera! Qué manera menos sutil de decirme que no me meta en tus asuntos. - me agarró del brazo y me arrastró a mi habitación. - ¡Ya y ahí te vas a quedar hasta que el sol ilumine tu cuarto y tu mente se despeje de tonterías! Pero en serio deberías dormir, son las dos de la mañana y tenemos clases dentro de seis horas. - dijo preocupada. Adoraba cuando se preocupaba, me hacía sentir querida. Y aparte hacia muecas extrañas que te hacían recordar a una mamá regañándote.

- Esta bien madre Hannah y por recompensa de tu hermosa preocupación, mañana te invito un café. Dulces sueños Han. - apagué la luz y me quedé viendo la luna a través del gran ventanal que tenía en mi habitación. La luna siempre me hacía acordar a ellos y me preguntaba que estarían haciendo ahorita. Habían pasado trece años y yo aún quería verlos de nuevo. Ver los ojos verdes de Agatha y su cabellera roja y los ojos azules de Damián y su cabello negro. Al nacer mellizos todos pensaron que iban a ser parecidos, pero estaban muy equivocados. Ellos era la mezcla de mis padres, Damián con el cabello de papá y los ojos de mamá y Agatha viceversa. En cambio, yo era un punto medio había sacado los ojos océano de mi madre, pero mi cabello era otra historia. Era plateado. Ósea no plateado mate era más bien un plateado brillante como la luna. Mis padres me dijeron que mi bisabuela había nacido con un cabello así. A mí nunca me gusto porque me hacía ver muy pálida por eso siempre me ponía vinchas y adornos en el cabello o me pintaba algunas mechas de colores.

Con una canción de mi banda favorita comencé mi día. Me cambié y prendí el aire acondicionada por el calor que había. Al salir me encontré con Hannah en la sala y con una sonrisa nos fuimos a clase de Historia del Arte. Mi sonrisa murió cuando lo vi. Él era mi pesadilla andante, Arioth Scott, no porque fuera malo conmigo si no que era muy malo con Hannah. Siempre le gastaba bromas y yo obviamente la defendía. Y como siempre terminábamos discutiendo. A él le gustaba verme rabiar en todos los sentidos y por todos los motivos. Se metía con lo que más me importaba. Hannah nunca decía nada, era muy dulce y amable para eso. Yo a pesar de haber tenido una madre dulce como la miel, lo único que herede ella fue su temperamento irlandés. Era muy explosiva. Y eso no me gustaba. Odiaba no poder controlar mis emociones y gritar sin razones. Pero solo lo hacía cuando llegaba a mi límite y causaba mucho daño con ello. Arioth sabía desvíos para llegar a hacerme explotar. Él sacaba lo peor de mí. Y yo tampoco no sacaba nada bueno de él. Aunque en lo profundo yo sabía que me gustaba jugar a ese juego.

- ¿No siente que de pronto todo el sol se ha ido Hannah? Presencio un aura de muerte y mala suerte en este salón.

- ¡Megan basta! Sabes que después él va comenzar a molestarte y no va a parar. - susurró Hannah.

-Ese es el punto Han, yo no quiero que pare. Aparte siempre te voy a proteger. Así que sigue el juego, ¿sí? No te va a pasar nada. - le dije y le abracé, necesitaba pelear y sacar toda mi frustración. Y el mejor candidato para eso era Arioth.

- Hey nena por si no lo sabias la única que da sensación de mala muerte era tú preciosa. ¿No crees que ya es hora de darte una ducha Megan? Yo creo que tu papi te paga la suficiente para que tengas agua en tu departamento, ¿deberías aprovecharla no? - exclamó Arioth con una sonrisa burlona. A él nunca le agradó que mi padre me diera de todo, siempre pensaba que era una niña mimada y que no me sabía valer por mí misma.

- No te preocupes Ari que cuando te falte agua en tu departamento podrás usar mi ducha, pero eso si cobro las horas de uso, cariño.

Arioth me miraba con rabia ya que a él no le gustaba que se mofaran de su estilo. Él era medio dark, bueno tenía un aura oscura a su alrededor. Todo él decía peligro, si te acercas te romperé el corazón. Y maldita eran mis intenciones porque yo quería que él me rompiera el corazón. Desde que lo conocí me había gustado, hasta que me habló y me di cuenta que era un idiota. Pero yo sabía que él también era dulce, lo veía reír y jugar con su hermana pequeña. Y esos pequeños detalles que él casi nunca mostraba me habían enamorado. Por ello, este año me había propuesto enamorarlo, sea como sea. Quería que sea mío.



El dolor del olvidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora