- Eres muy hermosa. No me canso de mirarte. - Me dijo con voz ronca.
Le besé, en respuesta a su cumplido, y me abrazó. Me penetró profundamente, sin que lo esperase, y una corriente de placer me atravesó. Carlos cerró los ojos y se apoyó en el respaldo del asiento mientras ambos nos movíamos al compás de nuestro deseo. Ambos llegamos al clímax al mismo tiempo y nos aferramos el uno al otro, mientras el orgasmo se iba haciendo cada vez más intenso. Fue increíble. No dijimos nada. Sólo nos miramos y nos besamos dulcemente. Los acarició mi rostro y me miró con dulzura.
- Lo dejaría todo por ti.
- ¿Todo? Pensé que no querías mantener una relación estable.
- Contigo lo haría, si me aceptases.
- Yo... Los, me siento muy atraída por ti y me gustas. Es más, te correspondo, pero tengo que ser sincera contigo. Estoy viendo a alguien.
- ¿Por qué no me lo has dicho antes?
En su rostro no vi ningún tipo de emoción. No supe captar si le dolía o si le daba lo mismo.
- Sólo han sido dos noches, pero...
- ¿Te has acostado con él?
- Bueno, en realidad nuestra relación se basa sólo en eso.
No quise darle más detalles pues estaba segura que no comprendería la situación. Si aceptaba a Los tendría que decirle adiós a mi amante nocturno y no estaba preparada para hacerlo. Le necesitaba. Ahora que había entrado en mi vida no podía resignarme a perderle. No es que sintiese amor por él, pero ese hombre hacía que me sintiese viva. Había descubierto un mundo del que no estaba dispuesta a desprenderme.
- Bueno, si no estás enamorada de él quizás tenga todavía una oportunidad para convencerte.
- Él es muy bueno en la cama. ¿Podrás igualarle?
- Lo superaré.
Los me miró, con las pupilas dilatadas por el deseo, y su pene comenzó a prepararse para un segundo asalto. Le besé y acaricié su lengua con la mía, hasta hacerle gemir.
- Guarda tus energías para luego. Nos están esperando y si seguimos así pasaremos el fin de semana en el coche de Michael. - Reí.
Carlos sonrió y tomó mis pezones entre sus dedos. Comenzó a pellizcarlos y luego a lamerlos, haciéndome jadear mientras me aferraba al techo del coche.
- Tú me has retado. No lo olvides. Date la vuelta y sujétate al volante. Te voy afollar tan duro que no volverás a acordarte de ese tipo.
Me eché hacia atrás y apoyé mi espalda sobre su torso y mi cabeza en el respaldar del asiento, junto a la suya.
- ¿Me ves con posibilidades?
- ¿Me ves con posibilidades? - Me preguntó mientras acariciaba mis pechos, todavía erectos a causa del acto sexual.
- Por supuesto. - Le contesté -. A ver qué tal se nos da el fin de semana.
- Eso suena bastante bien.
Carlos sonrió y me besó en el hombro. Estuvimos así un buen rato, hasta que me levanté y busqué mis bragas en el asiento de atrás. Estaban húmedas y frías, y al ponérmelas me recorrió un escalofrío por todo el cuerpo. Puse en su lugar mi sujetador y la camiseta y volví al asiento de delante. Carlos ya se había vestido y estaba preparado para volver a la carretera. Le di un beso en los labios y este entrelazó sus dedos con mi cabello para acercarme a él.
Mi teléfono comenzó a sonar y me asustó. Carlos rió y se apartó, para facilitarme la búsqueda de aquel cacharro infernal que había roto la magia del momento. Era Ale. Por supuesto.
- ____, ¿dónde demonios estáis? Michael y yo estamos preocupadísimos. Tendríais que haber llegado hace casi dos horas.
- Oye, ¿qué hay de "hola ____, ¿cómo estás"? o algo así. Siempre tan brusca...
- Déjate de tonterías y dime ahora mismo vuestra situación.
Lo dijo en un tono tan alto y autoritario que hasta Carlos se enteró. Me miró de soslayo y sonrió de una forma tan sexy que estuve a punto de tirar el teléfono y empezar de nuevo a desnudarle de cintura para abajo. Ale, enfadada a causa de mi silencio, volvió a preguntármelo otra vez.
- Estamos de camino. Hemos salido más tarde porque me retrasé en el trabajo. ¿Contenta?
- Sólo quería saber si te encontrabas bien. Perdona mi brusquedad. Pensé que os había ocurrido algo malo y estaba asustada.
- Tranquila, no nos ha ocurrido nada malo. Todo lo contrario. - Sonreí -. Estaremos ahí en poco tiempo. Ya estamos llegando.
- De acuerdo.
Colgó sin más y Carlos y yo reímos. Encendió el motor del coche y yo me puse el cinturón de seguridad. Por el camino estuvimos haciendo planes para el día siguiente. La casa de Michael estaba situada a las afueras de un pueblo que tenía mucha vida y bastantes comercios. Decidimos ir juntos por la mañana, para conocer el lugar, y dejar la playa para la tarde. Me encantaba hacer planes con Carlos. Se comportaba como el novio que Ryan nunca fue. Le gustaba nuestras charlas y ambos nos hacíamos reír el uno al otro.
Ninguno de los dos nos habíamos percatado que Ale y Michael no estaban incluidos en nuestros planes. De momento pensamos en ocultarles lo que había sucedido entre nosotros. Queríamos vivir aquella historia en la más absoluta intimidad y disfrutad sólo nosotros de ella.
Cuando llegamos a la casa de Michael, aprovechamos unos instantes a solas y nos besamos apasionadamente en el interior del coche. Al escuchar cómo comenzaba a abrirse la puerta de la cancela exterior, nos separamos el uno del otro y tras una sonrisa cómplice, bajamos del coche. Ale se acercó rápidamente a mí y me abrazó con fuerza. Posó sus labios cerca de mi oreja y me preguntó, en un susurro:
"¿Hay algo que quieras contarme?".
Negué con la cabeza y me hice la desentendida. Michael y Carlos se adelantaron al interior de la casa mientras que Ale y yo nos quedamos apoyadas sobre el capó del coche.
- ¿Seguro que no tienes nada que decirme?
- No. Ya te lo dije por teléfono. Me retrasé en el trabajo y por eso hemos llegado a estas horas.
- ¡Qué desilusión!
- ¿Desilusión? ¿Qué esperabas?
- No sé, algo como "Carlos y yo hemos estado haciendo el amor en mi apartamento, por eso nos hemos retrasado".
- Pues lo siento, Ale. Eso no ha sucedido. - Reí.
- Pareces contenta.
- Porque lo estoy.
- Conocer a Carlos te ha venido muy bien.
- Sí, es verdad.
- Por cierto, tengo que preguntarte una cosa. Hay una habitación de invitados en la primera planta y otra en el bajo. ¿Cuál prefieres?
- ¿Dónde está ubicado vuestro dormitorio?
- Arriba.
- Pues entonces me pido la habitación de abajo. - Reí.
- ¿Por qué? - Me acompañó en sus risas.
- No quiero que me despiertes en mitad de la noche con tus jadeos.
- ¿Jadeos? - Soltó una carcajada -. Yo no jadeo, querida. Grito.