Llevaba al menos seis meses insistiendo para que viniera a verme entrenar, y por fin lo conseguí, cuando llegué a la puerta me lo encontré esperando a que llegara porque no quería entrar solo, aunque no iba solo, le acompañaba un niño bastante más bajo que él, Mario se llamaba, y tenía una sonrisa de esas que invitan a todo menos a frenar, no hablaba mucho, pero me cayó bien desde el primer momento.
Por desgracia no supe más de él.