Con el inicio de mes, vino el intercambio. Tenía que irme por una semana y quedamos para despedirnos, porque a pesar de que solo me iba una semana, iban a ser dos sin vernos y como no hay mal que por bien no venga, el mal de no vernos en dos semanas nos sirvió para tener un buen rato los dos a solas. Eran las nueve de la noche, le había estado viendo entrenar desde las seis y media, y había esperado impaciente que saliera del vestuario. Cuando por fin salió, nos fuimos a algún llugar cerca de mi casa, en unos bancos donde pasa poca gente, y por no pasar, no pasó nada, simplemente se quedó sentado, conmigo tumbada encima escuchando su corazón latir a toda velocidad, abrazados, riendo, nada más. Puede parecer decepcionante, pero pensándolo bien, es lo más bonito, entre todas esas risas, abrazos y latidos éramos eternos, y no hay cosa mejor que ser eterno, y si es con alguien a quien quieres ya no hay mejora posible.
Hablamos todos los días hasta tarde mientras estuve fuera, pero el mismo día que volví, volvió Él, mi ex, pero simplemente le llamaré Él, porque es un error indigno de mención. “Carla, no deberías llamar error a alguien con quién fuiste feliz.” Pensaréis quizá, pero no. Ni si quiera fui feliz con Él, y volver solo fue matarme un poco más. “Gracias" a Él me alejé de toda la gente a la que le importaba, incluyendo a Mario, y supongo que debió dolerle, porque estuvimos sin hablarnos un buen tiempo, y la verdad es que me merecía que no me hablara, porque no hay excusa posible para que le dejara de hablar, y menos si la excusa era Él.