El comienzo

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Salí como pude de ese infierno. Nunca creí que algo así sucedería o que la gente podía resultar tan violenta contra otras personas. Siempre creí que los animales son las únicas criaturas que matan salvajemente, con sus garras y dientes afilados rompiendo las fibras musculares de su presa, pero nunca, nunca en mi vida, creí posible que las hachas, los cuchillos y las hoces servían para desgarrar carne humana.

Era de noche. Mi familia y yo celebrábamos el cumpleaños de mi pequeña hermana Granne, quien cumplía doce años. Más de quinientos invitados de sangre azul, dueños de títulos de nobleza del más alto rango, se pavoneaban en el salón de fiestas entre los sirvientes que llevaban copas y jarras llenas de costoso vino patero hecho también por sirvientes. La orquesta sonaba encantadora como solía hacerlo para alentar a los invitados a bailar el vals o, al menos, para moverse al ritmo de las notas.

―Erin. ―Llamó mi atención mi madre.

―¿Sí? ―pregunté con desánimo. Sabía que venía a insistir en que hablara con uno de los hijos de los amigos ricachones de mi padre, Lord Archer de Bachellore, una pequeña localidad perdida en el tiempo medieval, salvada de las trágicas cruzadas en las que mi padre había participado fielmente.

―Baila con alguno de los invitados, es menester que encuentres candidato.

―Madre, por favor, déjame beber mi vino en paz, ¿sí?, estoy admirando el festejo, viendo cómo tropiezan los invitados al tratar de dar vueltas. Es tan gracioso. ―Era la época de gracia y belleza, de nobleza y regodeo, de encanto y cortejo, pero sinceramente odiaba todo eso.

Estaba secretamente enamorada de la libertad que tenía; no quería dejarla por nada ni nadie y ese tipo de fiestas no se realizaban para agasajar al cumpleañero, sino para mostrarse como todo un señor ante las tantas damiselas, acordar algunas monedas y llevarse el premio mayor: la virginidad de una noble joven de buena cuna y dote.

―Erin, por favor.

―Madre, tengo quince años, no soy una niña.

―Esa es la razón, no tendrás ese hermoso rostro para siempre.

―No moriré en las siguientes horas, madre, déjame disfrutar de la fiesta. ―La ama y señora del gran castillo, de nombre Lady Cecily Montgómery de Bachellore, se fue envuelta en una gruesa capa de enojo, arrastrando su vestido y chocando cuanta falda y capa se le cruzara. << Sí, no moriré en las siguientes dos horas, no hay apuro en encontrar un candidato>> ―pensé y di otro sorbo a mi delicioso vino frutal.

Tenía la edad perfecta para contraer matrimonio con algún joven noble y producir prole bella y saludable, que continuara con los negocios y el apellido de la familia noble del novio. Tonterías de la época, pero la verdadera tontería no eran las costumbres, sino lo que había sin saber que el juego había iniciado. Debí haber pensado mejor lo que había dicho a mi madre, porque alguien estaba oyendo mis palabras y decidió jugar una treta.

Cuando la melodía de la orquesta cesó, un gran estruendo dominó la sala. Las arañas colgantes temblaron vertiginosamente sobre la cabeza de los invitados. Miré hacia arriba con el calor en el medio del pecho por el susto; en efecto, se movían como columpios en una ventisca.

El cuchicheo se agudizó; todos se preguntaban qué ocurría; Granne comenzó a llorar; era comprensible, un tembleque como ese arruinaba cualquier festejo y sería eso lo único que se llevarían de recuerdo los invitados: "hubo un temblor en la fiesta de Lord Archer, debiste haber ido" o también dirían "fue linda la fiesta, la niña estaba hermosa, a la otra no la vi, pero el temblor fue terriblemente genial, deberías haber visto las arañas". Sí, mi hermana lloraría por días.

Dejé mi copa en una mesada de madera y caminé hacia el más grande ventanal, el que daba a Bachellore. No había nada afuera, el río más abajo no había subido a las orillas y el bosque continuaba tan estático como debía estar.

Ataque NocturnoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora