Respuestas Necesarias: Segunda parte

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La realidad era abrumadora: Ian no era lo que supuse. Mi madre insistió en que me alejara de él, ¿acaso lo sabía?, y si era cierto, ¿por qué mi padre lo acogió si lo sabían? Enemigos eternos de Hungría, esclavizados y desterrados. Aunque, Ian y su familia nunca vivieron mal. Todo lo contrario.

Los transilvanos nunca fueron agradecidos por formar parte de mi patria y su apoyo a los bárbaros turcos solo me generó odio. Mi familia había muerto por eso, su colaboración no hizo más que sentenciarme a una muerte violenta e injusta de haberme quedado en el castillo y estando allí, ahora, rodeada de los enemigos, mi muerte podía suceder en cualquier momento.

Ian me había propuesto matrimonio, ¿qué clase de boda realizaría bajo una traición? Una masacre se había librado en la que mi familia entera pereció. Ian era traidor a mi padre, a su confianza, a su solidaridad. Casándose conmigo era una forma de convertirse en noble, ¿llegaría tan lejos?

El dolor en mi cabeza y tórax había cesado. La venda se caía sola por haber sido muy mal colocada y ya no sentía mareos: me levantaría.

Era el primer paso de un plan de huida. Podía huir, no requería mucho más que largas corridas desesperadas por distancias inmensurables hasta llegar a alguna parte. No, no era viable en lo absoluto, podría ser interceptada por extraños y terminar peor que casándome con Ian.

Otra idea horrenda cruzó mi cabeza: matarlo. Eso no requería mucha fuerza ni demasiadas herramientas. Con un estoque o daga fina tenía, pero ¿De dónde sacaría una? Tampoco era una idea muy posible que digamos, una herida genera dolor y el dolor, gritos. Y yo ya estaba dolorida, herida, débil y mentalmente inestable. Me encontrarían enseguida.

No me quedaba otra que obedecer hasta encontrar una ventana de oportunidad, una similar a la que mi padre hablaba en los entrenamientos, de las que había tomado en cada batalla. Ser hija de un general podía ser ventajoso, ahora me daba cuenta de que las clases lo fueron.

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―Buen día, princesa.

―Hola. ―No quería que notará que estaba nerviosa ni que sospechara que planeaba huir para encontrarme (tal vez) con mi familia. ¿Y si lo había notado ya? ¿Si estaba fingiendo su comprensión para volver a traicionarme? Debía centrarme en la imagen de quietud e impertérrita expresión para que creyera la farsa. ―Pensé que tal vez sería lindo conocer un poco por aquí, si serás una noble de Transilvania, debes conocer los alrededores―. Una gran pista: estoy en el extranjero. Eso podría ser desventajoso siendo que no conozco el mundo, aunque todo se aprende y estaba dispuesta a triunfar.

―Claro, tienes razón, es una gran idea conocer lo que será mío. ―dije esa mentira con un gran nudo bajo las cuerdas. La idea me remitía a la noche de la masacre. Tenía que aguantar la respiración y no temblaría de ira.

―¡Es una gran noticia la que me diste! ¡Oh! Será perfecto. Ya tengo todo listo: viviremos en un palacio gigantesco, tendremos establos y los campesinos sembrarán nuestro alimento, viviremos como si nunca hubiera pasado lo del castillo, ¿crees que debería agregar una pequeña laguna? ―Sus palabras dolían como el recuerdo de lo que él asumía eran pequeñeces.

Hablaba de mi familia muerta, de mi vida destrozada, de mi cuerpo herido como si fuese simplemente un error de cálculo y que en un abrir y cerrar de ojos podría reponerlo con un nuevo escenario. No pude resistir y lo hice:

―No lo hagas, no se vería linda desde tu tumba. ―Tomé la daga que tenía colgada del pantalón y se la clavé en el muslo.

―¡ERIN! ¡¿QUE HAS HECHO?!

―Lo que debí haber hecho en el castillo: luchar por mi sangre, por mi patria y por mí. ―Empujé la daga más adentro, pero mi debilidad no permitió que se moviera mucho más lejos.

Ataque NocturnoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora