―¡¿Por qué Granne está dentro de mi armario?! ―grité con todo lo que me daba la voz, pero aparentemente la interpelada estaba o bien del otro lado del castillo, o bien en el jardín trasero, porque no hubo respuesta alguna.
―Quiero tu vestido azul, pero no lo encuentro. ―Su mirada inquisidora tenía un claro mensaje. Había recibido castigos por ello, sobre todo, por regalar mi ropa.
Aprovechaba los ratos de soledad para salir de casa. Mientras mi pequeña yegua pastaba feliz, yo recorría el camino, no iba muy lejos de la estancia, y abandonaba mis ropas entre los árboles a los lados de la carretera; he dejado, en varias ocasiones, mis zapatos, mis abrigos y algunos alimentos para la gente de la aldea.
Sabía que pasaban hambre y frío. Era lo único que sabía hacer por ellos: abandonar mis cosas y que ellos las encuentren.
Saqué a mi hermana de ese revoltijo de telas y la senté sobre mi cama, traté de calmarme y de pretender que no había notado la mancha de barro en el velo celeste de uno de mis vestidos más amados. Respiré hondo.
―Mira, es simple: es tu cumpleaños, debes vestir algo que sea tuyo, ¿por qué estás tan desesperada en encontrar un vestido hoy además? Faltan dos días todavía.
―Sé que mamá y papá te han dado los mejores vestidos simplemente porque eres la mayor. Además, compartes con gente desconocida en lugar de con tu hermana, eres más egoísta de lo que crees.
―Madre y padre me dieron estos vestidos porque creen que vistiéndolos la suerte me hallará, me convertirá en un imán y me atraerá los calzones de oro de los nobles. ―Traté de sonar graciosa ante la tan mentada estrategia desesperada de mi madre para verme más bella y disponible. Pero conociéndome, sabía que jamás los usaría.
―Pero... el rosado es tan bello.
―Ese lo usaré yo, ya lo decidí y no cambiaré de opinión. ―Granne odiaba mi poca predisposición a la finura y la elegancia. Tener el rostro pálido, el cabello suelto, la espalda recta, el corsé apretado al punto de quebrar unas cuantas costillas, el vestido de tres a cuatro kilos y los zapatos de taco no ingresaban en mis estándares de exclusiva belleza de mujer.
―¿Y si el regalo que me dan no me gusta? ¿O si me queda grande? ¿O si ni siquiera es un vestido? ¿Qué haré? ―Yo sabía lo que le regalarían, yo misma lo había elegido a incesantes pedidos de mi madre: un vestido blanco de corsetería fina, costosa y pesada.
―De acuerdo ―respondí vencida y cansada―. Buscaré un vestido que te quede. ―resoplé mientras maldecía internamente a quien sea que escuchara mis deseos cuando niña, ya que no prestó atención cuando pedí expresamente que quería un hermano.
Mi cuarto daba al amanecer, por lo que despertaba gloriosamente cada día despejado. Desde el gran ventanal llegaba a ver los establos de mi padre, donde dormía plácidamente Nevada Temprana, mi primer corcel (podría asegurar que también era mi primer amor).
El gran comedor estaba servido; el desayuno humeaba delicioso; desde el pasillo sentía el aroma de la canela, del pan recién horneado y de la leche fresca que Sybil había traído por la madrugada. Mi tiempo preferido del día.
―Iré a cabalgar a Nevada Temprana. ―¡Excusas maliciosas!
―¿Otra vez? Sabes que no me gusta, ¿por qué no te comportas como niña noble y educada que eres y aprendes latín, griego o bordado?, son materias que te ayudarán a tener pupilas.
―Porque no me gustan los idiomas y no pienso tener pupilas para decirles cómo sentarse y que no se noten sus zapatos o que su espalda esté recta o que se coloquen bien la coronilla.
―No grites a tu madre, Erin.
― Pero, padre...
― Nada de peros, subirás a tu cuarto y te quedarás allí todo el día. ―Mi padre era un gran hombre, sabía manejar finanzas y personas, conocía de economía, de política y era dueño de una cantidad considerable de tierras a lo largo de Hungría, llegando a los lejanos límites rumanos.
A pesar de haber recorrido algunos caminos, nunca me había aventurado en el pueblo realmente, pero ¿Qué habría tras los arbustos?, ¿qué secretos ocultaban otras culturas? La biblioteca de mi padre estaba cargada de volúmenes geográficos de otras naciones que había recorrido durante las batallas. Yo quería ver esas tierras también.
Terminé de beber mi leche y me levanté de la mesa. Corrí hasta mi cuarto, cerré la puerta y lloré. No estaba triste, sino enojada. Mi aventura se había visto postergada.
Odiaba el hecho de que todo sea limitado, restringido, prohibido. ¿Qué había de la felicidad?
¿Las personas del pasado se preguntarían sobre la felicidad?, ¿sobre la Utopía?, ¿esa felicidad estaba encerrada en un par de anillos y una promesa o era solamente una mentira bien dramatizada que se inventó para controlar todo?
―No estaré aquí todo el día. ―Había una gran pila de heno bajo mi ventana, heno que alimentaría el estómago de Nevada Temprana y de Comandante, el caballo de mi padre.
Salté.
Me puse de pie con algo de incomodidad y de dolor por el golpe al caer, y corrí hacia los establos. Me pegué a la pared de madera y caminé con miedo de que me descubrieran.
―Debemos irnos.
―No podemos dejar todo, esta es nuestra casa.
―¡Su casa! ¡Esta es su casa, Nanny! Y ellos vendrán en poco tiempo. He ido al pueblo y los rumores son verídicos, las tropas no aguantarán por mucho más tiempo. Prepara tus pertenencias, la noche de la gala nos iremos.
―¿Cómo planeas hacer eso? Nos necesitarán mucho.
―Simple: estarán distraídos, nuestra presencia no será notada. Nos iremos silenciosamente antes de que ataquen. No quiero estar aquí cuando se libre la matanza.
―Pero, no es seguro, digo... las tropas...
―Las tropas cayeron durante la madrugada. No hay nada que podamos hacer más huir. ― No logré escuchar con detalle la conversación entre dos criadas y las dudas me carcomían por dentro. Pero las palabras "irnos" y "huir" me parecieron repetirse en varias ocasiones, era evidente que estaban tramando algo.
(CONTINUARÁ)
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Ataque Nocturno
Historical Fiction¿Qué haces si toda tu vida, tu familia, tu hogar, todo cuánto te pertenece, es masacrado frente a tus ojos? ⏳⏳⏳⏳⏳ Erin siempre deseó cambiar de vida, pero nunca a través de una matanza tal salvaje como la que vivió la noche del cu...