Fin y Quitado

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Las flores del campo que rodeaban el castillo eran amarillas. Había olvidado tal detalle, como si, en realidad, nunca lo hubiera notado. Nevada era joven, un pequeño potrillo cuando la toqué por primera vez. Quedé impactada por su belleza, su fuerza y su maravilloso color oscuro con motas blancas y grises.

Otro día comenzaba para nuestra familia en el gran castillo de Lord Bachellore, su señora y sus dos bellas hijas, Granne y Erin.

Eran tiempos que no supe apreciar, tiempos que volaron demasiado rápido y que deseaba con abrumadora desesperación recuperar con la siguiente mañana al despertar, pero sabía que en el mundo de las imposibilidades no existen las excepciones.

La lucha había comenzado. Todo el pueblo batallaba contra los turcos del otro lado de la gran muralla. No había mucho para hacer, la gigantesca valla nos aislaba exitosamente.

―¡Granne, cubre el flanco derecho, guía a los niños a los refugios! ―Granne, como buena subordinada, asintió sin demora y tomó a dos niños pequeños de por ahí, los convenció de irse a un lugar mejor y, junto con otros, fue liberando de infantes las calles.

Sería más fácil luchar sin tropezar con ninguno.

―¡Todo listo, Erin!

―¡Bien! ―Unos pocos turcos ingresaron por la puerta principal de la ciudad y comenzaron a matar gente como si fuera deporte, con gran destreza y violencia. Parecía que se estaban vengando de ellos a juzgar por la devoción hacia la matanza.

Granne tomó el pequeño estoque de mi padre y dirigió su mirada al infierno que se había librado bajo nuestros pies.

―¡Vamos! ―asintió nuevamente, como si no pudiera decir palabra. Comprendía la razón si la hubiese. Luchamos codo con codo contra los bárbaros. Mis padres estaban por allí. Esperaba que estuvieran bien.

Caí al suelo por una fuerte embestida de uno de los invasores, pero gracias a mi entrenamiento, fui veloz e inteligente, y pude evitar su golpe mortal. La espada rozó mi cabello, cortando hebras extensas.

Uno. Dos. Tres. Y así iban cayendo ante mí como si fuese de fuego. Me hervía la sangre y sentía energía correr como caballos salvajes que me impulsaban a más, a desear tocar el horizonte.

Cuatro. Cinco. Seis. Seguía aumentando el número de víctimas bajo mi espada. Para mi mala fortuna, luego de ese roce de aquel salvaje con turbante, mi peinado se desvaneció, por lo que las hebras volaron sin impedimento en el helado viento de una Viena invadida y parecía una extensa capa de cabello dorado hasta mis muslos.

―¡AAHHH! ―El sujeto que se acercaba tenía claras intenciones conmigo, supe de inmediato que no me preguntaría mi nombre, mi título, mi dote o si deseaba bailar una pieza de Vals. Venía a matarme. Fui veloz y vencí. Todo se había letalizado. Debía salvar a mi familia, por eso decidí en ese mismo momento encontrar a Granne. La hallé en una esquina con un grupo de niños asustados.

―¡Granne! ¡Escucha! ¡Salva a mamá y a papá! ¡Vete al oeste, debes sobrevivir!

―¡¿Qué pasará contigo?! ¡¿Adónde irás?!

―¡No importa eso! ¡Deben vivir, si lo hacen, prometo reunirme con ustedes!

―¡NOOO! ―Granne me tomó del brazo. Se veía desesperada―. No te irás sin nosotros. Los hallaré y los resguardaré, pero no nos iremos sin ti. Juntos o ninguno. ―Tomé su mano y besé su mejilla.

Granne llevó a los niños al pie de una iglesia cercana y comenzó a buscar a mis padres. No los encontraba por ningún lado, había mucha gente luchando y muchos animales sueltos que corrían por doquier. El ruido de la ciudad siendo abrasada por el odio y el salvajismo me hacia doler la cabeza y los oídos. Vi cómo Granne corría lejos, aún con su peinado intacto, en la búsqueda de nuestros padres. Estaba orgullosa de ella. Los salvaría, confiaba en que sí.

Ataque NocturnoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora