Dos corazones, un pecho.

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Su cuerpo escuálido, pálido y sereno, se postraba ya sobre una gruesa capa de mis egoístas escrúpulos. Su mirada inocente había abandonado su alma hacia ya unos meses. Me encontraba sentada observando cada parte de su desnuda y preciosa materia, materia que se había permitido ser maleable a mis manos; despojada estaba ya de sus deseos propios, le había inyectado todo el veneno de mi amargura, terminé con la luminosidad que emanaba de sus caderas, la luz violeta pálida que le rodeaba en forma de halo, se había desvanecido para recurrir a mi fría espalda; yo por supuesto, feliz la acogí. En ningún momento me acongojo la súplica de su sonrisa, sonrisa que escondía miedo, inseguridad y deseos de abandonarme, huir y recuperar la elocuencia de su alma.
Contemplé más de cerca su cuerpo desnudo e inerte, también el me contempló. Su mirada reflejaba deseo de compasión, y yo, era lo mejor que le daba. Tomé su mano, la tomé y después de besarla, hundida en un acto deontológico, la guíe hacia mi pecho, a pesar de su estado, pude notar como su cuerpo se hizo más frío y pálido; se estremeció al sentir que de mi pecho emanaba más de un conjunto de latidos, era una sonata minuciosa de amargura, de concupiscencia pura... Era su corazón y mi corazón en un mismo pecho.

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