I.

156 13 2
                                    

—Debes casarte, Afrodita —dice Zeus serio. Sabía que Hera mentía, esta no era una "pacífica conversación" sobre asuntos del Olimpo. Había caído en una trampa.

— No tengo razón para hacerlo—respondo, mientras me concentro en estar calmada y que mi mirada no refleje amenaza alguna.

—No era una pregunta, ¡era una orden! ¿Estás osando desobedecerme? —grita. Me sobresalto y él se da cuenta del grave error que ha cometido—. Afrodita, yo...

—Zeus, voy a creer que tus gritos fueron por un momento de rabia. No voy a obedecerte, no es mi deber hacerlo acatar tus órdenes —él alza una mano, intentando que yo me calle, pero yo prosigo mirándolo fijamente—. Tú no eres mi padre, aunque eso les digas a todos. Si quieres desatar una guerra solo por un capricho y una tonta idea de Hera... Hazlo. No te tengo miedo.

—Eris tenía razón, ¡tú quieres apoderarte de mi trono en el Olimpo! —dice y se acerca a mí con postura amenazante —. Tú y tus amantes pretenden rebelarse, pero no lo van a lograr.

— ¡Has caído demasiado bajo, Zeus! —Grito exasperada— ¿Todo esto es por Eris? ¿En serio vas a creer en sus palabras? Es "Discordia", ¡su trabajo es dar falsas advertencias, crear conflictos! Para ser el máximo Olímpico, debes tener más cordura, más sensatez.

—No lo hubiera creído, sino conociera tus cualidades —afirma, más calmado y con actitud pensativa, reflexionando mis palabras—. Verás Afrodita... Eres bella, demasiado bella, puedes ser la causante de violencia entre otros dioses. Ares y Hefesto ya han discutido por ti. Incluso Poseidón, ha pensado dejar a Anfítrite y pedirte matrimonio. Una guerra entre ellos, significaría que yo tendría que intervenir. La solución es casarte.


Un tiempo después, las insistencias de Zeus y Hera tuvieron efecto en mí. Me casé con Hefesto, el malhumorado dios de la herrería. Los primeros años a su lado no fueron los mejores, pero él estaba contento de haberse casado con "la diosa de la belleza" y ese era el problema. Me quería por el título que ostentaba, por los poderes que poseía y no por quién era.

No era feliz, ¿quién podría serlo al lado de alguien al que no ama? Me sentía encerrada en mi propio hogar, en mi propio matrimonio. Por eso, cuando Hefesto salía a arreglar problemas "metálicos", me veía con Ares.

Ares, el impulsivo dios de la guerra, que sucumbía ante mis encantos y aunque era un poco enojón, sabía cómo sacarme sonrisas entre lágrimas, cuando le contaba la infelicidad con mi matrimonio. Producto de nuestra unión nacieron seis hermosos dioses: Anteros, Deimos, Eros, Fobos, Harmonía e Hímero. Hefesto pensó que eran suyos, e incluso se jactaba en el Olimpo de lo "fecundo" que era. Hasta que mis hijos crecieron, y al ver que a Deimos y Fobos le iban mejor las armas que los metales, comenzó a sospechar.

Una tarde, Ares y yo acordamos vernos, y Hefesto con uno de sus tontos juguetes, lo descubrió. Fue hacía donde estábamos, nos atrapó con una red de finas cadenas y llamó a todos los demás dioses olímpicos para burlarse de nosotros. La vergüenza fue insoportable para Ares que huyó y se llevó a Deimos y Fobos con él. Mientras lloraba desconsolada, llegó Poseidón.

Poseidón era un dios amigo desde hace mucho, solíamos recorrer Grecia enseñando a los nuevos pueblos que la unión hace la fuerza y nuevas formas de conseguir alimentos, mediante la pesca. Eso no le gustaba nada a Anfítrite, su esposa. Cuando me casé, él decidió alejarse, pero volvió. Por .

Fue mi salvación, rompió las cadenas internas que llevaba y se volvió dependiente de mí y yo de él. Yo no podía decirle que no a sus encantadores ojos azules, y él no podía pasar mucho tiempo lejos de Citera. Nuestro romance era un secreto a voces, y Zeus nos veía como una amenaza. Yo quería mantenerme lo más lejos posible de él y de sus órdenes, pero cuando quedé embarazada y Poseidón me pidió matrimonio, la visita al Olimpo fue inevitable.

—Hermano, —saludó Zeus—, y... Afrodita. ¿Qué los trae aquí? ¿Decidieron dejar de evitarme?

—Venimos a pedir tu aprobación, para casarnos—respondió Poseidón, abrazándome fuertemente—. No te hemos evitado, Afrodita necesitaba tranquilidad luego de unos tiempos difíciles, y yo he estado acompañándola.

—Tiempos difíciles que tú me obligaste a pasar, Zeus —reclamé—. Te dije que no deseaba casarme, y mucho menos con Hefesto. Tú insististe y todo terminó mal para mí.

—Afrodita, tranquila —me susurró Poseidón, besando mi frente.

—Poseidón, ¿no deberías estar con Anfítrite? Escuché que en bajo el mar las cosas no marchan bien, pensé que no me visitabas por eso, pero ahora veo que has estado ocupado en otras... cosas —respondió Zeus de forma agresiva e ignorándome por completo.

La mención de Anfítrite, las palabras hirientes de Zeus y su forma de actuar contra mí fueron los detonantes para que hiciera explotar una columna del Olimpo. Esa fue la excusa perfecta para que cuando naciera mi hijo, Zeus me lo arrebatara e hiciera creer que era de Anfítrite. Le prohibió a Poseidón verme y a mí, relacionarme con otros dioses.

La diosa del amor quedó encadenada de nuevo, la diosa del amor sufriendo de nuevo. No se supone que así fueran las cosas, pero lo eran, y lo serían mientras Zeus lo intentará controlar todo. Las cosas debían cambiar y yo me encargaría de eso.





SÉ LIBRE, AFRODITA. [EN PAUSA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora