Capítulo 2: La sonrisa.

15 1 0
                                    

El convento estaba compuesto por 3 edificios: El perteneciente al orfanato, que era el más grande pues contenía las aulas, las habitaciones y la zona de clausura. El segundo era el del comedor y la cocina. Esta última era compartida con el tercer edificio compuesto por el sanatorio y la capilla.
Este conjunto de tres edificios estaba protegido por una alta verja negra de hierro.
Se encontraba rodeada por un espeso bosque y solo había dos caminos marcados; el que llevaba al pueblo y el que conducía a un pequeño lago de profundas y oscuras aguas.
El patio donde los niños jugaban, una zona de arena con toscas construcciones de madera y metal, situado tras el comedor.
Rosa solía escabullirse por un vieja puerta en desuso escondida entre los espesos árboles de detrás del sanatorio.

Una fría mañana de invierno los niños jugaban en el patio.
Rosa intentó escabullirse mas fue en vano. Ese día quien vigilaba en el recreo era la madre Esperanza, siempre atenta a todo cual halcón, tan firme y fría como un estatua de granito.
Así que, con sus planes frustrados, Rosa se sentó en una esquina del patio, cogió un palo y se puso a dibujar siluetas sin forma en la arena.
Mientras tanto, el resto de los niños reía y jugaba.
Daniel se subió a lo alto del caseto del tobogán, desde ahí quería subir a la barra del columpio.
Era un niño de la edad de Rosa, unos 6 años, alto, pálido y escuálido.
Cuando intentó pasear como un equilibrista por aquella barra de metal Rosa le miró fijamente, sin parpadear. Entonces él resbaló con la fina capa de escarcha que recubría el metal, cayendo de cabeza contra el suelo. Mientras el caía Rosa se fue acercando, sin dejar de mirarle.
Cuando Daniel cayó al suelo Rosa ya estaba a su lado.
Daniel estaba tirado en el suelo sin moverse.
Rosa lo seguía mirando concentrada.
El niño no podía gritar, no podía articular palabra alguna. Tenía una pequeña brecha en la cabeza, nada importante. Rosa se fijo en ella, la miraba concentrada. La herida cada vez se abría más. El niño miraba horrorizado como su compañera sonreía levemente, era una sonrisa siniestra, de pesadilla.
Se podía apreciar el crujir de su cráneo al crecer la herida. Comenzó a salir sangre a borbotones de la brecha que cada vez era más y más grande.
El niño finalmente se desmayo por el dolor.
Su sangre tiño de rojo una zona considerable de la arena, los demás niños le vieron.
Se los llevaron a todos lejos del lugar y pronto llegaron los médicos y mas monjas.
Rosa seguía sonriendo de forma sutil.
Subió a su cuarto y se encerró en el baño. Recordaba la sangre, la mirada agónica y suplicante de su compañero. Veía el dolor en su rostro, oía su cráneo crujir. Se mordió el labio, su sonrisa era cada vez mayor.
No podía aguantarse mas, comenzó a soltar carcajadas, lloraba de la risa. Tanto se reía que apenas podía respirar.
Fue la primera vez que se reía de forma sincera y la encantó.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Nov 25, 2015 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

La vida de RosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora