Las manos de Elennya eran rojas. Rojo sangre, como el color de sus ojos. Tenía unos ojos grandes y expresivos, que centelleaban cuando el fuego ardiente se reflejaba en ellos.
Pero sus ojos siempre habían sido rojos, y sus manos no. El fuego del Infierno no le hacía daño, pero sí dejaba sus manos adoloridas y con tono más oscuro que el de su piel. Esa marca era lo que la caracterizaba como quimera.
Ella, con su altura de casi dos metros, sus cuernos imponentes, característica de un subterráneo y sus garras ligeramente largas, no daban un aspecto especialmente inocente. Menos contando que gran parte de su cuerpo lo cubre una capa grisácea y terrosa, como la tienen las larvaes.
Elennya era hermosa a comparación de muchas de sus hermanas y hermanos, pero aún a pesar de eso era terrorífica al lado de cualquier otra bestia. En realidad, todas las quimeras lo eran.
Las quimeras eran una horrible mezcla de diversos demonios animales, y era muy difícil para un Caído ver a uno de esos seres por más de cinco segundos. Monstruosos, con partes de muchas bestias unidas en un solo ser. Eso no era algo bello de ver.
Por eso las habían aislado, a todas y cada una de las cámaras en lo más profundo del Infierno, donde nadie más las pudiera ver. Esclavos, les decían.
Nadie sabe realmente cómo fueron creadas, lo único que se conoce con exactitud es que fueron forjadas por el mismo Infierno, sin progenitor. Muchos creen que el mismo Lucifer las forjó con sus manos, uniendo los cuerpos de todas esas bestias inservibles. Eso explicaría por qué son muchas bestias a la vez.
No hay una quimera igual, pero sí muchas con características parecidas. Las más temidas, son aquellas que son en parte salamandras. El fuego no las daña porque ese mismo vive dentro de ellas y lo protegen. Las quimeras salamandras pueden tomar el fuego infernal entre sus manos y absorberlo. Pueden transportarlo y transformarlo.
Las quimeras que cumplen con esa función trabajan siglos tomando ese fuego desde lo más profundo, en el último Infierno de los siete que existen.
Elennya es una de ellas. No recuerda realmente cuándo empezó a hacerlo, ni cómo es que despertó, cómo fue su primer tiempo en ese lugar. Solo recuerda que lleva tratando con el fuego arrasador siglos y siglos.
Codo a codo con sus hermanos pero sin intercambiar ni una palabra porque eso no está permitido. Tampoco tiene permitido descansar. No es como si lo necesitara, ni siquiera tiene que beber o comer, pero sus ojos se cansan, sus manos y su espalda con sus alas pequeñas, apenas desarrolladas.
Como cada segundo, Elennya vuelve bajar las manos dentro del gran hoyo luminoso que es el centro del séptimo Infierno y coge entre sus brazos la materia ardiente, de una consistencia entre pegajosa y gaseosa, de un color entre rojo sangre y anaranjado, pero oscuro como el carbón.
Su hermano, a un lado suyo hace lo mismo, pero con más lentitud, y suspira cuando finalmente lo deja en su bandeja correspondiente. Está demasiado cansado, igual que todos.
Elennya hace lo mismo de nuevo. Debe de ser la millonésima vez que hace eso.
Esta será la última, piensa. Pero sigue, y en la siguiente vez vuelve a decirse lo mismo. Una y otra vez. Siempre será la última, pero igual siempre será la primera.
Su hermano sí se nota realmente cansado, su boca monstruosa está entreabierta, mostrando unos grandes colmillos como los de un león. Sus manos son del tamaño de la cabeza de Elennya, pero la quimera sospecha que él debe de llevar al menos dos siglos más que ella haciendo lo mismo una y otra vez.
ESTÁS LEYENDO
New Religion {Melodías de escritor}
Short StorySomos los impuros. Nuestras mentes, ojos y cuerpos nacieron de tu exclusión. Una ilusión que dejas atrás. Para ti somos basura, estamos sucios. ¡Que así sea! Estamos sucios e inmundos. Una congregación de lo invisible. Juntos vamos a prender fue...