Capítulo 2: Esclavos

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Elennya estaba asustada. Los Serafines que los custodiaban los mantenían apresados entre unos altos muros de huesos humanos. No querían que se les fueran de la vista.

Las bestias del sexto Infierno rondaban cerca de ellos, muchos con morbo. Elennya se sentía expuesta. Hacía muchos siglos que no estaba en tal libertad, vista por otras bestias más que por sus hermanos. Supuso que ellos se sentían igual.

El Serafín los condujo a la boca de una cueva completamente oscura, iluminaba el camino con el solo brillar de sus alas y de su cuchillo resplandeciente. Era impresionante como algo tan bello podía causar tanto daño.

Había una bajada casi al terminar la cueva, las quimeras siguieron hasta lo más profundo, unos 300 metros por debajo de la superficie. Era curioso como a pesar de la iluminación que les daba el Serafín no podía distinguir paredes a su alrededor. Parecía un área interminable.

Por fin llegaron al final del camino, donde había una puerta enorme de dos entradas, forjada de hierro color rojo. Justo cuando el Serafín se detuvo a un metro de tan esplendorosa entrada, las puertas se abrieron, chirriando a su paso.

Elennya observó con deleite tal suceso, a pesar de que en el fondo sabía que los encarcelarían ahí dentro. Como los esclavos que eran.

Al otro lado de las puertas no se podía ver mucho, más que lo que parecía una neblina, pero aun así Elennya pudo distinguir paredes de roca talada con cadenas colgando de grandes ganchos. No le gustó mucho lo que vio.

El Serafín se dirigió a las cincuenta quimeras que lo observaban con una mezcla de temor y curiosidad. Tenía una mirada imperturbable.

—Entrarán ahí y se colocarán quince quimeras en cada pared. Tienen que estar lo más recargadas posibles sino yo los azotaré delante de todos sus hermanos. No me importa si sus alas están heridas o si son sensibles a la roca, esta orden va para todos.

Elennya sintió como detrás de ella todos sus hermanos la empujaban para adelantarse. Estaban atemorizados. Elennya se apresuró a cruzar la puerta y al voltear hacia atrás se dio cuenta que lo que empujaba a sus hermanos no era el temor, sino los tres Serafines que con sus cuchillos largos y afilados apuntaban a las indefensas quimeras.

Elennya se preguntó cómo es que llegaron hasta ese punto las quimeras, siendo grandes bestias fieras e imponentes, a temer a un simple ángel que sólo cuenta con un arma, siendo que ellos tienen tantas.

Pero ella también les temía a aquellos monstruos angelicales, lo que era aún peor.

Los encadenaron a las altas paredes rocosas. Ninguno opuso resistencia cuando sus muñecas fueron amarradas fuertemente a las cadenas oxidadas. Elennya tenía tantas ganas de gritar. Al menos estando en el séptimo Infierno no los tenían amarrados como mascotas.

Una vez que todos estuvieron bien sujetados, los pocos Serafines en la cámara salieron y las altas puertas esplendorosas se cerraron con un chirrido detrás de ellos.

Elennya sintió que jamás estuvo en un lugar tan oscuro como aquel. Nadie decía una palabra, quizá porque estaban igual de asustados que ella.

No supo cuánto tiempo pasó, pudieron haber sido minutos o varios días, el tiempo en los Infiernos no era constante.

Pero aún a pesar del miedo y la devastación Elennya pudo escucharlo. El murmullo, y luego una voz más legible. Parecía la voz de un anciano. Rasposa y lenta.

New Religion {Melodías de escritor}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora