Capitulo uno.

341 5 0
                                    

Haven estaba de regreso. Tendió la mirada por la conocida recamarita. Nubes plateadas flotaban sobre el tragaluz arriba de una cama arrugada. Una vela en el borde del tocador esperaba a que los débiles rayos solares terminaran de desvanecerse. Su vista volvió al espejo frente a ella. Alisó una mata de su melena rubia y la acomodó tras una oreja. El reflejo en el espejo no era el suyo, pero lo conocía tan bien como el propio. Los grandes ojos cafés lucían sombras de kohl. Los labios sonrientes formaban un arco rojo de cupido. Una vez más miró una mano fina con granate encendido alisar una túnica bordada en oro. Haven sintió la seda pasar bajo sus dedos.
La joven del espejo aguardaba. Un reloj en la repisa de la chimenea se había parado al cinco para las seis. El tiempo se había reducido a nada.
Afuera, el viento otoñal gemía. Los árboles crujían en el parque, el cual, por alguna razón, ella sabía a menos de una cuadra de distancia. El fuego crepitante había atenuado el frío de la noche. Pero la joven no sentía la necesidad de su calor.
Oyó abajo el ruido de tacones de mujer en los adoquines. Con el corazón agitado, corrió por la tosca duela hasta la ventana, cuidando que los tacones de sus zapatillas no resbalaran en las grietas. Se asomó por las cortinas de terciopelo. Un piso bajo ella, por un sendero angosto y encantador, pasaban camiando dos mujeres enfundadas en abrigos de piel y tomadas del brazo. La forma de sus sombreros y el estilo de sus zapatos no habían estado de moda en casi cien años. No se detuvieron, y la chica suspiró aliviada cuando por fin desaparecieron de su vista. Lo último que necesitaba era que su madre la visitara en esta su primera noche solos, juntos.
Sus ojos volaron a la estructura de un rascacielos que se construía a la distancia, y volvieron pronto abajo, a la calle. Una figura misteriosa había aparecido en el sendero. La respiración de la joven se aceleró cuando la figura se detuvo frente a su puerta y miró furtivamente a ambos lados de la calle. Oyó una llave entrar en el cerrojo escaleras abajo, y luego, pasos graves subir al segundo piso.
En un instante, él estaba en su cuarto, abrigo y sombrero en las manos. Despeinado cabello castaño. Ojos verdes destellantes. Un saco anticuado ligeramente raído de los puños. Ella lo recibió en la puerta y le rodeó el cuello con los brazos. Él dejó caer su abrigo para que sus frías manos buscaran la base de su espalda. Luego, sus labios húmedos chocaron con los otros. Ella se apretó contra él, sintiendo aumentar el calor bajo sus capas de algodón y lana.
-Te he estado esperando -le dijo
-Ya estoy aquí -susurró él, recorriendo su cuerpo con las manos.
-¡Ethan! -murmuró ella, mientras el cuarto se llenaba de un brillo cegador.

EternosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora