Capítulo tres.

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La casa Snively se asentaba en una amplia plataforma cubierta de hierba y arrancada a la ladera de una montaña. De dos pisos de alto, con una caprichosa torrecilla que podría haber guardado a una o dos princesas, era la marca distintiva que todos los niños buscaban al llegar a la cuidad. En las mañanas las blancas paredes de la casa brillaban bajo el sol, y la azalea carmesí que rodeaba al primer piso parecía arder como un lecho de brasas al rojo vivo. Ya avanzada la tarde, mientras las sombras de las montañas reptaba sobre el valle, la magia de la casa Snively se volvía tenebrosa. Aún en el ocaso, cuando sus ventanas revelaban luces, no habría podido parecer menos atractiva.

Poco después de las diez de la mañana, Haven arrastró una silla de jardín hasta la orilla del prado. Se ajustó sus grandes y redondas gafas oscuras y aflojo la faja de su kimono. La seda se infló con la brisa de mediodía, hasta casi exponer el trasero desnudo de Haven. A veces prefería no vestirse los domingos. Por lo que a ella se refería, así era como el señor lo había querido.

En la base de la colina, muy abajo de la magnifica casa de su abuela, se tendía entera Snope City. Doscientos años después de que los antepasados de Haven la habían fundado, la "ciudad" seguía siendo poco más que un corto trecho de tiendas que no vendían nada que valiera la pena. Pero delirios de grandeza seguían presentes en la familia. Para Imogene Snively, que se negaba a viajar más allá de la frontera de Tennessee, Snope City era nada menos que el centro del universo.
Eso y la desnudez ocasional eran dos de los muchos temas sobre los que su nieta y ella nunca estarían de acuerdo.

Mientras las campañas de la iglesia repicaban en el valle, Haven se dejó caer sobre su silla y abrió de golpe un enorme cuaderno de bocetos. Mordió la punta de su lápiz, tratando de concentrarse en la imagen apoyada contra sus rodillas: un cuerpo pechugón y sin cabeza enfundado en un vestido verde esmeralda. La temporada del baile de graduación era el periodo más agitado para el pequeño negocio que ella había puesto con Beau. No había un sólo vestido decente que conseguir en ciento cincuenta kilómetros a la redonda, y esto quería decir que durante tres meses al año Haven y Beau eran el dúo más buscado en la preparatoria La Montaña Azul. El resto del tiempo, los demás estudiantes guardaban sus distancias. Rara vez eran antipáticos, pero siempre desconfiados.

Haven estudio el boceto que había trazado el día anterior.
Ese vestido verde de flapper se le hacía conocido. Lo mismo le ocurría con todos los vestidos que diseñaba. Tuvo que lidiar con la sensación de déjà vu, e intentar recordar donde había visto esa prenda. Pero cuando cerro los ojos y trató de concentrarse, lo único que pudo ver fue al muchacho de la televisión. No sabía cómo, pero estaba segura de que lo conocía.
Cuando él miró a la cámara, parecía como si la buscará a ella.

Algo le revoloteó en el estómago, y Haven deslizó una mano bajo su manto para calmarlo. No tenía aún la menor idea de cuantas dificultades había causado su colapso. Luego se había sentido demasiado agotada para disculparse. Beau la había llevado a la cama, donde despertó dieciséis horas después, avergonzada por haber perdido el control y asustada por la mirada que recordaba haber visto en el rostro de su abuela. Cuando se encontró con que la casa estaba vacía -sus demás ocupantes ya estaban en la iglesia-, supo que debía prepararse para lo peor.

-Supongo que decidieron no mandarte al loquero todavía.

Haven subió sus gafas hasta el rebelde matorral de su cabello negro y entrecerró los ojos bajo la luz del sol. Beau Decker atravesaba tranquilamente el jardín. Aún tonificado el cuerpo por la temporada de fútbol, se movía con una gracia infrecuente en muchachos de su estatura. Beau disparo la sonrisa que hacia que la mitad de las mujeres de la ciudad maldijeran al destino.

-¡Tápate, chiquilla! No puedes andar exhibiéndote frente a cada hombre que viene a visitarte.

-Como si te importara -Haven sonrió y cerró su manto-. Y no parece que el resto este haciendo fila para ver qué me puse. ¿Por qué no estas en la iglesia?

Beau se acuchilló junto a su silla y contempló la ciudad.

-Decidí dar una semana de descanso a sus intentos de salvarme. ¿Sabías que existen campos en los que hacen cambiar a personas como yo? ¿Donde nos enseñan a ser miembros productivos de la sociedad?

-¿Productivos para embarazar a las muchachas de Snope City y fabricar crías hasta caer desplomados? -preguntó Haven, haciendo resoplar a Beau de tanto reír-. Pero bueno, hoy no podrás quedarte mucho tiempo. Es probable que Imogene arrastre acá al doctor Tidmore después de la ceremonia. ¿Qué te parece si le soy un espectáculo? Para que ella aprenda.

Por alguna razón, Beau siempre sabía cuando dejar de reír.

-¿Crees que traiga al pastor? ¿Tan mal están las cosas?

Haven asintió gravemente con la cabeza.

-No me habian dejado faltar a la iglesia desde que me dio pulmonía en octavo grado. Quien sabe qué haya sucedido ayer mientras quedé fuera de combate.

-¿Qué viste esta vez? ¿Te acuerdas?

Haven se recostó en su silla.

-No podría olvidarlo aunque quisiera. Estaba sentada en una habitación, esperando a Ethan. Entonces él llegó, y... ¡Ay, ojalá no haya dicho nada indebido frente a Imogene!

Beau se estiró y le apretó la mano.

-Creí que desde hace años sabías como evitar desmayarte. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que te ocurrió algo así?

-Del martes para acá -respondió Haven, con voz débil.

-¿Qué? ¡Válgame, Haven! ¿Por qué no me lo dijiste?

-No dije nada porque quería ponerlo bajo control. He visto lo mismo de vez en cuando desde hace semanas. Parece que ya no puedo parar las visiones. Y para serte franca, no estoy segura de querer hacerlo. -hizo una pausa mientras el recuerdo del beso pasaba por su mente, seguido por una ola de ansiedad-. Parecía real, Beau. Como si severas estuviera yo ahí. Creo que esta vez si voy a perder la razón.

-No la perderás -insistió él, como un doctor que confrontara a una paciente histérica-. Tratemos de analizarlo. ¿Tienes idea de qué provoca las visiones? ¿Qué estabas haciendo ayer cuando te desvaneciste?.

-No gran cosa. Había un programa de chismes en la televisión. Hablaban de un niño rico cuyo padre acaba de morir. Él debe haberme recordado a Ethan.

-Déjame adivinar. Enigmático e inquietante. ¿Tan guapo que te deslumbra?

-¿Cómo lo supiste? -balbuceó Haven.

La sonrisa de Beau no era sana en absoluto.

-Después de tantos años de no mostrar el menor interés en la especie masculina, ¿quién iba a decir que resultarías de tan buen gusto? Tu chico misterioso se llama Iain Morrow.

-¿Cómo lo sabes?

-La internet sólo sirve para dos cosas, Haven. Los chismes son una de ellas. La persona de la que hablas no ha dejado de aparecer en los tabloides en los últimos meses.

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⏰ Última actualización: Feb 01, 2016 ⏰

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