Capitulo dos.

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Haven Moore estaba parada en un banquito, asomándose por la ventana abierta frente a ella y confiando en que podría dejar de moverse. A lo largo del invierno, la expectación había crecido en su interior. Pero una vez que el clima se templó, fue incapaz de dormir o quedarse quieta. Parecía como si cada célula de su cuerpo bailara.

Algo le esperaba más allá de las altas montañas alrededor de Snope City, y su impaciencia se había vuelto casi insoportable. Le daban ganas de saltar por la ventana, segura de que el viento la sostendría sobre los árboles y la depositaria justo donde debía estar. Lo único que la mantenía atada a la tierra era la mano de Beau en el bies del vestido que modelaba.

-¡Haven, ven a buscar el control remoto!

El graznido de su abuela hizo añicos su concentración. Haven se tambaleó un momento y bajo del banco atropelladamente.

-¡Vaya, Haven! ¿De cuándo acá eres tan torpe?

Oyó que una aguja caía al suelo y vio a Beau meterse un dedo herido en la boca.

-¡Ay, pobrecito! -desordenó el enmarañado pelo rubio del muchacho-. Vuelvo en seguida. Imogene se sienta a cada rato en el control. A lo mejor ya se le enterró entre las nalgas.

-¿Quieres que te traiga una palanca? -bromeó Beau. Se irguió todo lo alto de su metro noventa de estatura y ofreció a Haven una sonrisa maliciosa, sin darse cuenta de que estaba a sólo unos centímetros de que el ventilador del techo le arrancara el cabello.

-¡Baja la voz! -ordenó Haven riendo, mientras abría de golpe la puerta de su recámara-. ¿Quieres que te prohíban entrar para siempre?

Sus pies descalzos resonaron en la duela. Le gustaba imprimir todo su peso en ese alarde tan impropio de una dama. Tras bajar las escaleras y acercarse a la cocina, su madre salió al pasillo, limpiándose las manos en el delantal, sacudió la cabeza en mudo ruego y alzó cuatro dedos todavía embarrados de masa para galletas. Haven aflojó el paso para que sus pies cayeran levemente. Fastidiar a su abuela era un placer que por lo pronto tendría que olvidar. Cuatro meses de buena conducta eran un bajo precio por su libertad. En septiembre ingresaría al Instituto Tecnológico de la Moda en Neva York, y abría mil kilómetros y una cordillera entera entre ella y el este de Tennessee.

LAS CORTINAS DE la sala de estar se hallaban cerradas, y aún el floreado papel tapiz parecía gris en la penumbra. Imogene Snively estaba sentada en un sillón revestido de seda, rígida la espalda y las piernas cruzadas en los tobillos. Recién llegaba del salón de belleza, lucía un esponjado peinado de color plata que flotaba varios centímetros arriba de su cuero cabelludo. Haven se paró en la entrada y dejó vagar sus ojos por el cuarto, buscando algo fuera de lugar. Una flor marchita escondida en el ramo de rosas de verano, o una media corrida de la anciana dama. Vio la mancha que había dejado en el espejo encima del la chimenea -una huella digital perfecta en la esquina derecha-, y río apenas. Era un juego entre ellas, y esta vez Haven iba ganando.

-¿Alguna novedad? -preguntó la Señora, con la voz melosa que utilizaba para preparar sus trampas.

-No, abuela.

-¿Ese muchacho está aquí todavía?

-Beau -la corrigió Haven.

-¿Perdón?

-Se llama Beau.

-Ya lo sé... -poniéndose los lentes, las anciana inspeccionó a la chica-. ¿Qué diablos traes encima, Haven?

Haven dio una vuelta para lucir un vestido negro escotado.

-¿Te gusta mi vestido nuevo? Pensaba llevarlo mañana a la iglesia.

A Imogene Snively casi se le salían los ojos de indignación.

-¡Ninguna nieta mía se presentará jamás ante el Señor con...!

-No te ataques, Imogene, es broma. Se lo estamos haciendo a Bethany Greene -Haven suspiró y metió la mano bajo el cojín que sostenía a la pequeña y mojigata mujer. Sacó el control remoto y encendió la televisión-. ¿Qué canal quieres?

-¡Ay, que lista! -rezongó la abuela-. Pon las noticias de las cinco.

Haven apretó un par de botones y el conductor de un conocido programa de chismes apareció en la pantalla.

-Creó que es algo temprano para las noticias -dijo-. ¿Esta bien ahí?

-¡Todo es ahora esa basura! -cloqueó la abuela-. Bueno, si no hay otra cosa, déjalo, y súbele al volumen.

Haven vio ensancharse la para del volumen en la base de la pantalla.

"... el playboy de diecinueve años volvió anoche a Nueva York apenas horas antes del inició previsto de los funerales de su padre. Aunque la relación entre ambos se había enfriado en los últimos años, fuentes confidenciales informaron que..."

Haven fijó la vista en la acción. Un joven apuesto y bronceado bajaba de un Mercedes negro al tiempo que los flashes de las cámaras centelleaban en el parabrisas del automóvil. Por un momento sostuvo la mirada de los paparazzi, con rostro enigmático e indescifrable. Luego, una de sus comisuras se curvo inesperadamente en una sonrisa.

-Ethan -murmuró Haven. Una flama ardió en la punta de sus pies. Mientras el fuego comenzaba a subir, sintió que las rodillas se le doblaban.

UN TORRENTE DE imágenes se hizo humo cuando Haven despertó. Sus ojos seguían cerrados, y una pierna estaba incómodamente retorcida debajo de ella. Oyó que su madre y su abuela susurraban cerca.

-No podemos permitir que tu hija se vaya de la ciudad -insistía la abuela.

-¡Pero esto no había pasado en años!

Su madre parecía asustada.

-Tú no estabas aquí, Mae. No oíste lo que dijo. Todo esta empezando otra vez.

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