Capítulo 32 (Jhonny).

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Mientras asciendo por las escaleras hasta el piso superior, oigo el murmullo de la voz de mi madre comentar que ojala papá decida ponerse un esmoquin, que así al menos habrá un hombre decente en casa. Sonrío de lado, con una punzada de cariño abriéndose paso en mi interior, de dentro a fuera. Christian y yo hemos heredado ese carácter tan fuerte y obstinado de mamá, y no parece que Jenna vaya a ser diferente.

Cuando llego a mi habitación (andando como puedo), me quito el esmoquin (menos mal, pensaba que me moría embutido en esa cosa) y lo dejo en la cama, tan bien doblado como sé. Rebusco en mi armario, empeñado en buscar algo informal pero a la vez elegante, para así compensarle a mamá el haber rechazado su preciado traje. Al final me decido por una camiseta blanca y de manga corta, combinada con unos tejanos oscuros y unas bambas de vestir que me parece que darán el pego. Me miró al espejo unas cuantas veces, pero me parece que algo no encaja. Rebusco y rebusco, ahora no sólo en el armario, si no que por toda la habitación, en busca de otras prendas o incluso de algún accesorio que pueda darle el toque elegante a la ropa que he elegido, porque la combinación que he conseguido de momento podría pasar por ropa que podría llevar tranquilamente para salir a la calle un día de cada día.

Perdida en lo más profundo de uno de los cajones de mi mesilla de noche, está una bufanda. Está hecha a base de un patrón de rayas blancas y negras, aunque la franja final es de un azul muy parecido al de mis tejanos, y tan fina como un pañuelo. La observo un momento, acariciando su delicado material, y recuerdo que fue un regalo de cumpleaños. Aunque seguramente la pagaron papá y mamá, me la entregó Jenna.

La cojo, me planto delante del espejo de cuerpo entero que hay en mi habitación y sonrío. Es precisamente lo que estaba buscando. Cojo mi One Million y me rocío con ella.

Cuando salgo de mi habitación, oigo a alguien corriendo hacia mí.

- ¡Tete! – grita Jenna.

- ¿Qué pasa enana? – pregunto, agachándome para estar a su altura.

- Súbeme la cremallera, porfa – responde, girándose y recogiéndose el pelo hacia un lado.

- Listo – digo, cuando se la subo.

- Gracias – me da un beso en la mejilla.

- Vaya, vaya. ¡Mi princesita se está haciendo mayor! Ya mismo no vas a caber en la carroza que te hizo el hada madrina, eh – bromeo, cogiéndole la mano y dándole una vuelta.

- Jo, tete. Ya te he dicho que yo no soy la Cenicienta, yo soy la Bella – dice, dándome un golpe en el brazo.

- Perdona, fea.

Le doy un beso en la frente, se da media vuelta y se dirige a su cuarto de nuevo.

- Ya estoy listo – anuncio, bajando las escaleras.

- No tardarán mucho en llegar – afirma mamá, limpiándose las manos en el delantal.

En ese instante baja papá, SIN ESMOQUIN.

- Lo siento, cielo. Es que en el último momento se me ha manchado con el desodorante – dice papá, encogiéndose de hombros.

- ¡HAY QUE JODERSE! ¡ESTA CENA VA A SER UN PUTO DESASTRE! ¡UN PUTO DESASTRE! – grita mamá, tirando la cuchara de madera al suelo con rabia.

Papá se le acerca por detrás y la rodea por la cintura.

- Tranquila, cariño. Todo saldrá bien. Te lo prometo – le susurra papá al oído (o lo intenta, porque lo he escuchado hasta yo).

♡ Todos somos únicos. Tú eres único. ♡ #Wattys2016Donde viven las historias. Descúbrelo ahora