Capítulo 4

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-Yo también te quiero mamá –Siguió sonriendo, al volver hablarle-. ¿Ocurre algo para que me llaméis a estas horas?

-Es lo que aún no sabemos –Empleó un tono nervioso la mujer mayor-. Se trata de Ellois. Pues no recuerda si desactivó el encendido automático de la chimenea, y a estas horas sabemos que Ashes se halla durmiendo...

Apretó una mano en el volante, al tiempo que se mordía el puño en silencio con los dientes, en un intento de retener una posible sospecha, de que no fuera todo aquello un ardid de ellas dos.

-Entiendo...

Trató de emplear un tono firme y calmado.

-Ésta vez, la chica a preferido llevarse al gato de Ellois a su apartamento –Continuó explicando Maude-. Y como vive bastante más lejos.

-Bien, ya me encargo yo. No hace falta que os preocupéis más... -Suspiró, mientras giraba el volante hacia la derecha en el próximo cruce, para encaminarse al barrio de aquellas dos mujeres-. ¿Sus llaves se hallan en el cajón de la entrada?

-Correcto –Respondió su madre con tono jovial-. Ellois te da las gracias por acercarte.

-No hay ningún problema –Se encogió de hombros al decir aquella mentira, pues no se hallaba seguro del todo-. Me habéis cogido en el coche de camino a casa.

-Ya le dije a Ellois, que no iba haber problema en llamarte a estas horas –Indicó su madre todavía con tono jovial-. Sin embargo, con Ashes no estábamos muy seguras. Suele irse pronto a dormir, por empezar a las siete a la guardería.

-Bien mamá, me alegro de saber de vosotras –La interrumpió algo ansioso al ver que iban hablarle de ella-. Pero ya estoy enfrente de tu casa. Os debo colgar. Disfrutad de los días que os quedan. Un beso...

Colgó. Absorbiendo con su mente el silencio del interior del vehículo, para poder calmar así sus nervios. Mientras que giraba la cabeza hacia la derecha, y observaba las dos casas de ladrillos rojos.

En ninguna de ellas, se observaba ningún punto luminoso. ¿Podía ser cierto entonces, que lo llamaran realmente por estar preocupadas por un olvido? Solo habían sido imaginaciones suyas, el pensar en una acción traicionera, con al sola mención del nombre de ella, en boca de aquellas dos mujeres.

No había nada oculto. Podía estar tranquilo. Solo tenía que entrar en casa de su madre, coger las llaves e inspeccionar la vivienda de Ellois.

Después de haber cocinado dos bandejas de galletas y magdalenas, se había dado una relajante ducha con diferentes chorros a presión en su espalda. Ahora, sí podía decir que se hallaba mucho más relajada. Dispuesta, para ir a la cama con su enorme camiseta de Pluto que llegaba por la mitad de sus muslos, a juego con un lindo culote, donde tenía también dibujado justo en el monte Venus, el hueso del simpático perro de Disney.

Apartaba la colcha de la cama, en compañía de pulgas, el gato siamés de su tía. Cuando sus manos se quedaron suspendidas en el aire, al escuchar un ruido sordo en la planta baja.

Frunciendo el ceño, prestó más atención por si escuchaba algo y no creía haber sido imaginación suya. Pero, el comportamiento de alerta del gato, la alertó de que no estaban solos en la casa de su tía.

Sin miedo alguno, agarró el bate de beisbol que tenía su tía siempre apoyado al lado de la mesita de noche. Y con pasos sigilosos por ir descalza, salió fuera al pasillo en la planta de arriba.

Por lo que pudo observar, la casa seguía a oscuras en la zona que ella tenía visión. Y ahora, es cuando tenía un poco de duda en querer afrontar ella al ladrón.

Saltando Chispas  COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora