A última hora de la tarde, una sirvienta llamó a la puerta de su dormitorio.
-¿Excelencia? -preguntó la doncella-. El señor duque ha pedido que os reunáis con él en su despacho.
___ se puso la última horquilla en el pelo y se miró al espejo. Por fuera era ella misma, la duquesa de Pentz, pero bajo su elegante vestido había algo nuevo.
-¿Excelencia?
-Iré ahora mismo -dijo ella, y se puso unos zapatos de color crema y tacón alto. Estaban bordados con perlas y tenían lacitos de color rosa. Provenían de París, eran última moda y tenían un aspecto muy femenino. ___ esperaba que Thomas se volviera loco al verlos, y también al ver las medias a juego y el resto de su ropa interior.
Con aplomo y refinamiento, ___ caminó hacia la puerta y bajó las escaleras. Después se dirigió hacia el despacho de su marido. Se sorprendió al ver que no había ningún lacayo haciendo guardia fuera de la puerta, sino que esta estaba abierta de par en par. Sonrió y se preguntó si Thomas había indicado a los sirvientes que se marcharan para que ellos dos pudieran tener más privacidad.
-¿Me has mandado llamar?
Él estaba junto a la ventana, tomando una copa de brandy y mirando sus tierras. Volvió la cabeza y pasó la mirada por el cuerpo de su esposa, con una lascivia descarada en los ojos. A ella le ardió la sangre.
-Pensaba que tal vez te apeteciera jugar una partida de ajedrez.
-¿Una partida de ajedrez? -preguntó ___ con desilusión.
-Sí, ajedrez -respondió él, mientras le tendía la mano con una sonrisa-. Hace una tarde muy agradable, y por esta ventana entra una brisa deliciosa. Será un rato muy divertido. Vamos, ___, solo una partida. Es todo lo que te pido.
Ella arqueó una ceja.
-¿Vamos a jugar al ajedrez?
-Pues sí -respondió él, sonriendo como una pantera ante su presa-. ¿Qué otro tipo de juego tenías en mente?
-Ninguno -murmuró ella, agitando la cabeza-. Juguemos al ajedrez.
-Excelente -dijo él, y su sonrisa se volvió diabólica.
Preparó la mesa de ajedrez ante ___, que se había sentado en un diván, y colocó las piezas. Después tomó una silla, le dio la vuelta y se sentó a horcajadas sobre el asiento, con los brazos apoyados en el respaldo. Se había quitado la chaqueta y el chaleco, y ___ nunca lo había visto tan desarreglado. Lo había visto siempre impecablemente vestido o totalmente desnudo. En ambos casos era muy excitante, pero así, a medio vestir, le provocaba algo completamente escandaloso por dentro.
-Mueve tú primero -le dijo él.
Ella apartó los ojos de sus muslos e hizo avanzar un peón. En cuatro movimientos tenía el caballo de Thomas a la vista.
-Esto es casi demasiado fácil -dijo ella, y dio unas palmaditas de alegría cuando Thomas movió su alfil y dejó al caballo vulnerable-. De veras, Thomas, ¡dejar que un peón te coma el caballo! ¿En qué estás pensando?
-Parece que me he desconcentrado -murmuró él, y pasó la mirada por su pecho-. Tal vez debiéramos jugar por algo más... interesante.
-¿Quieres apostar? -preguntó ella.
-No, no. Quisiera que pagáramos una prenda. Te pediré algo cada vez que me coma una de tus piezas. Del mismo modo, tú puedes hacer lo mismo si te las arreglas para capturar alguna de las mías.