Capitulo 5.

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No oía nada. No sentía nada. Las lágrimas empezaron a caer desconsoladamente mientras un agujero negro se abría paso en mi pecho desgarrándomelo. Todos mis sentidos estaban embotados. Empecé a chillar sin ningún pudor. El dolor era demasiado fuerte como para controlarlo.

Balbuceaba cosas sin sentidos mientras caía de rodillas al asfalto.

Noté cómo alguien me cogía de la cintura y me llevaba en volandas a otra parte. Ya se escuchaban las sirenas de fondo.

Pude ver cómo lloraba Hugo al sentarse a mi lado después de dejarme en el suelo.

Catia había desaparecido. Esto no hacía más que empeorar.

Sentí como los bomberos empezaban a apagar el fuego. Esto no podía estar pasando. Tenía que ser un sueño.

Me empecé a pellizcar el brazo con ansia hasta que me salió un cardenal.

Seguí llorando, como todos los demás.

Algunos se habían ido en cuanto vieron el fuego. Cobardes.

Entonces le vi. Con una sonrisa triunfal. En sus ojos se podía observar el brillo del triunfo. Riendo junto con la chica a la que nos teníamos que enfrentar.

Al parecer no fui la única que se percató de su presencia porque Hugo se levantó y fue directo hacia él. Apretaba tanto los puños que los nudillos habían cambiado su color a blanco. Acto seguido me levanté.

Pablo se giró hacia nosotros apuntándome directamente con sus ojos jade.

-Eres un hijo de puta-conseguí articular entre sollozos.
-Escoria-un puñetazo le cruzó la cara.

Al no esperarse el golpe cayó al suelo. La chica que estaba a su lado se tiró a ayudarle, pero no la dejé. Le di una patada en el estómago haciendo que se apartase de él y dejándole via libre a Hugo para que hiciese con Pablo lo que quisiera. En esos momentos sabía que Hugo y yo deseábamos lo mismo.

La muerte de Pablo.

Le cogió de la camiseta que llevaba puesta, le levantó y le volvió a tirar al suelo. Al caer se oyó cómo algo dentro de Pablo se rompía. Hugo le empezó a dar patadas en la cara mientras yo estampaba a la chica contra la pared.

Ésta empezó a sangrar y perdió el conocimiento. Paré. Me di cuenta de lo que estaba haciendo y sinceramente, me sentí orgullosa y poderosa.

Mientras Hugo seguía machacando a Pablo. No le paré. Se merecía eso y más. Pero oí sirenas.

-¡Hugo! ¡La policía!- y le dio el último rodillazo que acabó con su vida.

Datesa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora