Capítulo 5

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Después del terremoto

Tres días después.

Los Ángeles.

Constantine se apretujaba su raída gabardina negra contra el cuerpo, mientras caminaba por la ciudad en ruinas. Llevaba la camisa blanca por fuera del pantalón, la corbata desacomodada y una cara ojerosa sin afeitar. Una pequeña barba comenzaba a asomarse en su rostro, usualmente aseado. Ahora era una ocasión excepcional... no tenia ni tiempo (ni lugar) para preocuparse por el cuidado personal. Como todos en la devastada L.A tan sólo tenía una idea fija en mente: sobrevivir.

Tres días después del sismo, las cosas no habían cambiado en la ciudad. O quizás sí que lo habían hecho, pero para peor. A la destrucción le siguieron la violencia y los saqueos. La policía se las estaba viendo difíciles para contener a las hordas de supervivientes, quienes hambrientos y padeciendo carencias, asaltaban todo lo que quedaba en los supermercados y centros comerciales. Se estaba hablando de imponer la Ley Marcial y hasta el Toque de Queda, y ya la Guardia Nacional y el Ejército se habían movilizado hasta la zona, pero no eran suficientes para remediar la situación.

El mega-terremoto había convertido la zona de Los Ángeles en una nueva isla separada del continente, una isla que muy pronto estaría rigiéndose con sus propias leyes. John sospechaba que dichas leyes iban a ser las de la jungla: matar o morir.

Mientras caminaba cerca de las ruinas del que fuera el banco más importante de la ciudad, fue testigo involuntario del siguiente drama: un hombre, todavía vistiendo los restos del que fuera un buen traje de negocios, buscaba algo mientras un vagabundo, parado a una respetuosa distancia le hablaba...

-¿Qué busca, señor McDonald? - le preguntó. El otro no respondió. Seguía revolviendo entre los cascotes.

-¡Debe estar por aquí, en algún lugar! - masculló, furioso.

-Tal vez yo pueda ayudarlo... si me dice qué busca - insistió el indigente. Amagó con acercársele.

-¡Déjame en paz, Bill! - le gritó el hombre, volviéndose hacia él, con un puño cerrado - ¡Si vuelves a molestarme, ya no seré amable contigo!

-Usted busca algo. ¿Qué es? - insistió de nuevo el vagabundo. En su barbado y estropajoso rostro, John pudo ver preocupación real por el otro - Aquí sólo quedan escombros, nada más.

-No. Hay algo más, ¿vale? - el tipo del traje de negocios volvió a su búsqueda - Por años, pediste limosnas frente al banco. Molestabas a los que sí trabajamos. Y entonces te di dinero, pero ahora no tengo por qué responderte. ¡Déjame buscar en privado! ¿Quieres?

-¡Pero son sólo puras ruinas! No tiene por qué perder el tiempo entre ellas.

-Toda mi vida busqué el éxito - replicó el otro, dándole la espalda al indigente - En un mes, ganaba más que tú en toda tu vida.

Silencio. El vagabundo atajó el golpe. No dijo nada. Al menos, por un breve instante.

-Ahora ya nadie gana dinero, señor - dijo y John supo que era la pura verdad. Se disponía a seguir con su camino, pero la charla prosiguió y muy a su pesar, se quedó para ver cómo acababa todo.

-¡Lárgate, rata! - exclamó el antiguo banquero, puesto que ahora a Constantine le quedaba claro que eso es lo que era (o había sido).

-Ahora todos somos como las ratas, señor McDonald. Ratas en la calle - el vagabundo suspiró - Ya sé qué trata de hacer, señor.

-¡No sabes nada!

-Ahí estaba el banco. Su banco. Busca una caja. Tiene mucho dinero en ella.

Silencio otra vez. El banquero no respondió. Siguió revolviendo cascotes y hierros, dándole la espalda al indigente.

CONSTANTINE: Apocalipsis (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora