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Cuando la abrí, en vez de que él pasara, me sacó de mi propia casa. Tomó las llaves que estaban pegadas a la chapa y cerró la puerta con seguro.

—¿Pero qué estás haciendo?

Me miró de arriba abajo y luego asintió con la cabeza.

—Vamos a un parque cerca de aquí.

—No, no. Pregunté qué estás haciendo, no adónde vamos.

—Vamos a correr.

Dejé de caminar.

—Pero, ¿qué...?

—Vamos a correr, Emily.

—¿Me estás diciendo gorda?

—¿Qué? —Se giró para verme, y negó con la cabeza—. ¡No! Por Dios, ¡no! ¡Claro que no! Estoy intentando que te aceptes.

—¡No voy a aceptarme, Harry! ¿Es que no lo entiendes? Estoy gorda. ¿Crees que con una vez que corramos eso va a cambiar?

Él cerró los ojos por un momento.

—No planeo que esta sea la única vez que salgamos a correr —contestó con un tono más comprensivo.

—¿Estás intentando cambiarme? Me dices que yo no me acepto, y el que intenta cambiarme eres tú.

—Estás diciendo tonterías, Emily. ¿Crees que soy tu enemigo? Lo único que intento es ayudarte. Y tú estás malinterpretando todo.

Bajé la mirada, jugando con las costuras de mi suéter.

—Tu único enemigo, eres tú misma.

No dije nada. Él se acercó y tomó mi mentón, intentando girarme, pero yo me resistí. Tomó mi mano y dejó las llaves en ella. Escuché como suspiraba, y después dio media vuelta y se fue.

Diario de una chica imperfecta Donde viven las historias. Descúbrelo ahora