Capítulo 9

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La criatura terminó de hablar, y me miró fijamente esperando una respuesta. Pero yo me hallaba desconcertado, perplejo, incapaz de ordenar mis ideas lo suficiente como para entender la transcendencia de lo que me proponía.

--Debes crear para mí una compañera, con la cual pueda vivir intercambiando el afecto que necesito para poder existir. Esto sólo lo puedes hacer tú, y te lo exijo como un derecho que no puedes negarme.

La parte final de su narración había vuelto a reavivar en mí la ira que se me había ido calmando mientras contaba su tranquila existencia con los habitantes de la casita. Cuando dijo esto no pude contener mi furor.

--Pues sí, me niego --contesté--, y ninguna tortura conseguirá que acceda. Podrás convertirme en el más desdichado de los hombres, pero no lograrás que me desprecie a mí mismo. ¿Crees que podría crear otro ser como tú, para que uniendo vuestras fuerzas arraséis el mundo? ¡Aléjate! Te he contestado; podrás torturarme, ¡pero jamás consentiré!

--Te equivocas contestó el malvado ser--; pero, en vez de amenazarte, estoy dispuesto a razonar contigo.

Soy un malvado porque no soy feliz; ¿acaso no me desprecia y odia toda la humanidad? Tú, mi creador, quisieras destruirme, y lo llamarías triunfar. Recuérdalo, y dime, pues, ¿por qué debo tener yo para con el hombre más piedad de la que él tiene para conmigo? No sería para ti un crimen, si me pudieras arrojar a uno de esos abismos, y destrozar la obra que con tus propias manos creaste. Debo, pues, respetar al hombre cuando éste me condena? Que conviva en paz conmigo, y yo, en vez de daño, le haría todo el bien que pudiera, llorando de gratitud ante su aceptación. Mas no, eso es imposible; los sentidos humanos son barreras infranqueables que impiden nuestra unión. Pero mi sometimiento no será el del abatido esclavo. Me vengaré de mis sufrimientos; si no puedo inspirar amor, desencadenaré el miedo; y especialmente a ti, mi supremo enemigo, por ser mi creador, te juro odio eterno. Ten cuidado: me dedicaré por entero a la labor de destruirte, y no cejaré hasta que te seque el corazón, y maldigas la hora en que naciste.

Una ira demoníaca lo dominaba mientras decía esto; tenía la cara contraída con una mueca demasiado horrenda como para que ningún ser humano le pudiera contemplar. Al rato se calmó, y prosiguió.

--Tengo la intención de razonar contigo. Esta rabia me es perjudicial, pues tú no entiendes que eres el culpable. Si alguien tuviera para conmigo sentimientos de benevolencia, yo se los devolvería centuplicados; conque existiera este único ser, sería capaz de hacer una tregua con toda la humanidad. Pero ahora me recreo soñando dichas imposibles. Lo que te pido es razonable y justo; te exijo una criatura del otro sexo, tan horripilante como yo: es un consuelo bien pequeño, pero no puedo pedir más, y con eso me conformo.

Cierto es que seremos monstruos, aislados del resto del mundo, pero eso precisamente nos hará estar más unidos el uno al otro. Nuestra existencia no será feliz, pero sí inofensiva, y se hallará exenta del sufrimiento que ahora padezco. ¡Creador mío!, hazme feliz; dame la oportunidad de tener que agradecer un acto bueno para conmigo; déjame comprobar que inspiro la simpatía de algún ser humano; no me niegues lo que te pido.

Me convenció. Sentía escalofríos al pensar en las posibles consecuencias que se derivarían si accedía a su petición, pero pensaba que su argumento no estaba del todo falto de justicia. Su narración, y los sentimientos que ahora expresaba, demostraban que era una criatura de sentimientos elevados, y no le debía yo, como su creador, toda la felicidad que pudiera proporcionarle? El advirtió el cambio que experimentaban mis sentimientos y continuó:

Si accedes, ni tú ni ningún otro ser humano nos volverá a ver. Me iré a las enormes llanuras de Sudamérica.

Mi alimento no es el mismo que el del hombre; yo no destruyo al cordero o al cabritilla para saciar mi hambre; las bayas y las bellotas son suficiente alimento para mí. Mi compañera será idéntica a mí, y sabrá contentarse con mi misma suerte. Hojas secas formarán nuestro lecho; el sol brillará para nosotros igual que para los demás mortales, y madurará nuestros alimentos. La escena que te describo es tranquila y humana, y debes admitir que, si te niegas, mostrarías una deliberada crueldad y tiranía. Despiadado como te has mostrado hasta ahora conmigo, veo sin embargo un destello de compasión en tu mirada; déjame aprovechar este momento favorable, para arrancarte la promesa de que harás lo que tan ardientemente deseo.

FrankensteinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora