Capítulo 10

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Sentía el mismo frío líquido que la ocasión anterior en la que me entregué a Jamez. El mismo frío líquido que me hacía saber que él podía verme donde quiera que estuviera con quién quiera que estuviera. La peor parte de entregarme a ese horripilante espectro, si es que en esa ocasión se podía decir que me entregué, era tener que soportar ese maldito líquido en mi interior. ¿Qué cosa era? La única respuesta que se me venía a la cabeza era semen de demonio, pero eso sonaba bastante ilógico.

El piso estaba helado, tanto que incluso temblaba un poco. No me había levantado de ahí, no quería hacerlo. ¿Para qué? El piso hacía que me olvidara del líquido que se encontraba dentro de mí. En el piso podía trazar figuras con las yemas de los dedos, no encontraba ninguna otra mejor cosa qué hacer. Ya no tenía ganas de ir a la preparatoria, prefería quedarme recostado en ese lugar el resto del día. Estar tirado en el piso me hacía saber lo insignificante y patético que era.

Un llamado a la puerta me hizo reaccionar. Era mi padre, quería que me apresurara para irme a la escuela. El día en el que menos ánimo tenía de ir fue precisamente el mismísimo día en el cuál él no quería que faltara. Ya no tenía opción. Debía levantarme del lugar en el que me encontraba tirado y arreglarme para irme.

Me puse de pie, y miré a todas partes como si estuviera desorientado. Bajé la mirada, di un largo suspiro y luego me agaché para levantar los bóxers que estaban en el frío suelo del que yo acababa de levantarme hacía unos momentos. Me puse los bóxers y fui a mi ropero para buscar un pantalón negro, una camisa del mismo color, pero con rayas de diferentes tonos de gris; y también un par de calcetines con un dibujo de la bandera de Inglaterra.

Arrojé todo a mi cama y me tiré encima de ellos. ¡Qué gran giro había tenido mi estado de ánimo en tan poco tiempo! Primero tenía toda la energía del mundo y me moría por regresar a la preparatoria, y después parecía que mi vida me estaba abandonando. Debía admitir que en realidad era bipolar, no sólo por eso, sino también por lo que sucedió con Jamez. Mi humor pesimista me hacía me hacía aceptar mis defectos, mis errores y todo lo malo sobre mí. Como haberle creído a Armando.

Comencé a deslizarme dentro del pantalón sin pararme de la cama. Ni siquiera eso quería hacer, me sentía lo contrario de vivo, me sentía como si estuviera a punto de morir. Pensamientos suicidas pasaban por mi cabeza a cada segundo. ¿Cómo fue que pasé de un excelente humor a estar deprimido? Odiaba sentirme así; me sentía vacío por dentro, como si algo me hiciera falta, como si una parte de mí hubiera desaparecido.

Lo que hice después fue ponerme la camisa, esta vez intentado levantar mi ánimo un poco, el día apenas iniciaba como para que estuviera corta venas. Me alboroté el cabello y proseguí a ponerme los calcetines. Permanecí sentado en la esquina derecha de mi cama, sin hacer ninguna otra cosa más que mirar el suelo. Hacía lo mismo todas las mañanas cuando no dormía bien, en cierta forma era como dormir con los ojos abiertos.

Observé mi reflejo en el espejo que tenía justo en frente. El color del pantalón y de la camisa mostraba mi estado de humor. El negro era para mí el color más triste de todos después del gris. El negro era el color de la tristeza y el gris el de la depresión. Con el color negro te sientes perdido pero con la esperanza de encontrar un camino, en cambio con el gris sabes que jamás lo harás. Y de esa forma me sentía yo: perdido, tratando de encontrar un camino.

Quizá no me habría sentido así si jamás hubiera conocido a Jamez, o mejor dicho si me hubiera reusado a jugar la Ouija; por qué nada de lo que había sucedido en los últimos cuatro días habría ocurrido si me hubiera negado a jugar... Pero ya no podía hacer nada al respecto, lo hecho, hecho estaba. No valía la pena ponerme a pensar en lo diferente que todo pudo haber sido si hubiera dicho que no a la propuesta de Kevin, si hubiera negado el error por el que todo había iniciado.

Mi Peor ErrorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora