Capítulo 25

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La puerta se abrió súbitamente, y detrás de ésta entró mi padre, quien se disculpó y salió de la misma forma en la que había entrado ni bien me vio desnudo. Jamez continuaba ahí, ni siquiera se había movido y, aun así, mi padre no lo vio. ¿Cómo demonios hacía ese espectro para pasar desapercibido y que nadie lo viera? Todavía me lo preguntaba desde la última vez que sucedió lo mismo.

―Estás advertido, Sebastián ―comentó él, poniéndose de rodillas frente a mí―. Te di una oportunidad para remediar tu anterior error y la desperdiciaste. Segundas oportunidades te he dado, pero terceras... Ni lo pienses ―añadió, estando a tan sólo unos centímetros de mi rostro, mirándome como si sus ojos fueran cuchillos por clavarse en los míos.

Con mi mano izquierda escudriñé bajo mi cama hasta alcanzar aquella caja en la que guardaba cosas inútiles. La abrí y hurgué en ella hasta dar con un collar de tela, que en realidad no era eso, sino algo con lo que esperaba espantar la presencia de Jamez. Con rapidez saqué la mano de bajo la cama y la puse frente a él, mostrándole ese collar que era en verdad un crucifijo.

De inmediato cayó al piso y se retorció, gritando como si la simple imagen del objeto le estuviera haciendo algún daño. Yo me quedé ahí sin moverme, presenciando cómo se retorcía y se quejaba. Me puse de pie y le arrojé el objeto de modo que cayera sobre él, y cuando éste tocó su piel, soltó un enorme grito de dolor. Una sonrisa se dibujó en mi rostro, aunque no duró por mucho, ya que un momento después Jamez se levantó, soltando carcajadas mientras sostenía el crucifijo en su mano.

― ¿De verdad pensaste que podías hacerme daño con esto? ―preguntó entre carcajadas―. No, Sebastián, no ―murmuró, soltando el collar para que cayera al piso―. Me sorprende tu nivel de estupidez, en verdad que no creí que fueras tan idiota como para creer que eso ―señaló el crucifijo―, simboliza algo bueno. Los humanos son tan ingenuos, creen en un supuesto dios que no es más que otro demonio, y uno de los peores ―mencionó, dando unos cuantos pasos hacia mí―. No hay nada que puedas hacer en contra mía, no te librarás de mí hasta que me haya cansado de ti y decida dejarte en paz, lo cual creo que no sea muy pronto ―finalizó, con una enorme sonrisa malévola de oreja a oreja.

Traté de no mostrar miedo, y no hice más que ignorar sus palabras y dedicarme a vestirme. Busqué mi ropa interior alrededor de la cama, y cuando la encontré la recogí del piso y me la puse. Me observé a mí mismo en el espejo, me veía muy tranquilo pero lo cierto era que por dentro no dejaba de preguntarme por qué me sucedía eso a mí. Nunca quise que mi vida fuera más interesante de lo que ya lo era y, si lo hubiera querido, estaba seguro de que no habría pensado en nada como eso.

Alcancé mis pantalones y me senté en la cama para entrar en ellos, y una vez que lo hice me puse frente al espejo. Vi mi torso desnudo, mi cuello marcado otra vez y mi cabello despeinado. Pensé en las cosas que Jamez había dicho, y no sabía cuál de ellas me afectaba más. Si el hecho de que a Kevin no le restaban muchas horas de vida, o saber que no importaría lo que hiciera para alejar a Jamez de mí, él no se iría hasta que quisiera, o hasta que cumpliera su promesa de demostrarme su existencia.

Sentí mi abdomen mojado, y al volver a prestar atención en el espejo y no en mis pensamientos, pude apreciar que había comenzado a llorar. No iba bien con mi promesa de no volver a llorar y empezar a ser fuerte; merecía ser golpeado por alguna clase de otro yo de otra dimensión, si es que existía, y recordarme esa promesa cada vez que quisiera llorar. No podía culparme después de todo, sin embargo, ni siquiera hacía el mínimo esfuerzo por mantener las lágrimas dentro.

Recargué mi cabeza contra el espejo, mientras que con mis manos tocaba cuanto podía de éste sin razón alguna. Razoné las cosas durante un momento, e hice un resumen de lo sucedido y lo que sucedería: Armando murió, pude evitarlo pero en lugar de hacerlo fui yo quien lo asesinó; me entregué a Jamez porque no lo veía a él si no a mi difunto amigo, lo golpeé, se enojó y ahora Kevin moriría también. Irónico que igual pude evitarlo pero lo empeoré, así como pasó con Armando.

Mi Peor ErrorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora