Capítulo 9

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―Vamos, toma una decisión de una vez por todas ―me apresura Jamez―. Recuerda, si lo asesinas a él esto acabará, te dejaré en paz para que continúes con tu vida; pero, si no lo haces, entonces me llevaré tu alma conmigo a mi mundo ―me recuerda, con desesperación en su tono de voz.

En verdad deseo que todo esto termine, deseo que ese puto espectro me deje tranquilo de una vez por todas, que todo vuelva a ser como lo era antes de conocerlo. Mas no puedo pagar el precio que eso significa: matar a la única persona que he llegado a amar. No, no puedo hacerlo, es demasiado para mí. Prefiero ir con Jamez a su mundo y estar ahí el resto de mi existencia a asesinar a alguien más.

Cierro los ojos y doy un suspiro. Si no le hubiera gritado a Jamez que deseaba jamás haberlo conocido entonces no estaría en esta situación. Sin embargo ya no hay marcha atrás. Quiero que esto me sea tan fácil como lo fue con Armando, pero con él no me fue difícil porque no conocía la verdad cuando lo hice.

*********

Me sentía bien, sin ningún remordimiento ni sentimiento de culpa encima. ¿Por qué habría de sentirlo? Armando jugó y se divirtió conmigo, y se podría decir que yo también lo hice con él. La única diferencia era que lo que yo había hecho fue rápido, y seguro a él le dolió mucho menos de lo que a mí me lastimó su juego. Nunca antes había sentido una necesidad de vengarme de alguien, y jamás imaginé que la sentiría, y menos hacia mi mejor amigo, que ya no lo era más.

Había hecho lo que la parte psicópata de mi mente tanto me pedía. Veía a Armando inmóvil frente a mí, sin ninguna clase de miedo o asco porque estuviera sangrando aún, o porque yo estuviera empapado de su sangre. Jamez continuaba riendo, quizá sólo me había dado la oportunidad de vengarme para entretenerse con el espectáculo. De ser así no me interesaba en lo más mínimo. Fuera cual fuera la razón por la que me llevó ahí para hacer lo que quería no me importaba conocerla. Hice lo que necesitaba hacer y me sentía de maravilla por haberlo hecho.

Me puse de pie para ver los ojos de Armando por última vez. No importaba el que lo hubiera apuñalado por lo menos en un reflejo, si es que en serio estábamos en uno, lo último que quería hacer antes de despedirme de él era ver sus ojos de nuevo. Sin embargo estos estaban cerrados, no tuve la oportunidad de volver a verlos una vez más. No abriría sus párpados sólo para verlos. Eso no estaba bien. Podía haber asesinado a alguien pero no le abriría los párpados para verle los ojos.

Agaché la mirada, y le tome la mano, la única mano que no tenía enyesada. La acaricié suavemente con mi dedo pulgar por unos segundos, luego la acerqué a mis labios y la besé. Sí, besé su mano como una manera de despedirme de él. No derramé ninguna lágrima, no tenía motivos para hacerlo. No me fue suficiente besar su mano para despedirme, tenía que besar sus labios, mientras pudiera hacerlo. Me acerqué a su rostro y busqué sus labios para que hicieran contacto con los míos, y le di tan sólo un pequeño beso.

Cerré mis ojos y alboroté mi cabello. "Nunca sentí nada por ti", las palabras de Armando regresaron a mi cabeza de nuevo. La poca sensibilidad que me había llegado en el momento en el que quise despedirme de él de alguna manera se esfumó, dejando no odio, sino rencor. "Adiós, maldito animal", me despedí de él en mi mente. "Espero que la eternidad no vuelva a unirnos nunca", añadí, sintiéndome mejor de lo que me sentía por haberlo apuñalado.

Cuando abrí mis ojos ya no estaba en el hospital, no más. Me encontraba en mi habitación, mirando mi reflejo en el espejo. Vaya. ¿Quién diría que tener un demonio tras de ti tendría algunas ventajas? De no ser por él entonces no habría podido hacer lo que había hecho. No habría podido apuñalar a Armando, habría tenido que permanecer con las ganas de hacerlo.

Mi Peor ErrorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora