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El jueves llevé mi bufanda azul, porque tenía pinta de que sería un día bonito. Más allá de que el cielo lo anunciara, (puesto que era un día con nubes frías y grises a más no poder) yo tenía una confianza ciega en todo que nublaba de color púrpura todo lo que mis manos tocaran.

Apuesto a que tan ciega como él sin lentes.

No es como si Phil me hubiese prestado sus lentes para entonces, sin embargo, sus ojos lucían mucho más grandes cuando los tenía puestos, lo que me llevaba a pensar que tenían mucho aumento.
Supuestamente, yo también tenía que usar lentes. Podrán suponer que no lo hacía. No, todo menos eso. Mi orgullo era mucho más grande que las migrañas que el forzar la vista me causaba.

Además, fui, soy y seré, siempre, un rebelde sin causa.

No a los lentes.

Creo que, si hubiera usado los lentes, habría percibido con mucha mayor claridad, la palidez y frialdad que vestía el día. Anunciado todo por las nubes.

Llevaba mi bufanda azul por la misma razón, la brisa invernal comenzaba a enfurecer; en ése lugar, Febrero era el más helado de todos los meses, como si el invierno supiera que estaba llegando a su fin, para dar paso a los pajarillos, florecitas, polen, maripositas y demás, y por lo tanto, intentara con todas sus fuerzas reafirmar su presencia sobre todos nosotros. Soplaba y refunfuñaba, soltaba sus mejores nevadas, y abanicaba con muchas más ganas, mucha más fuerza de la que había aplicado desde Septiembre, aproximadamente.

Anunciaron nevadas para la semana próxima, y el frío previo a ellas ya había llegado.

En resumen, usaba la bufanda todo el año. En Agosto, tal vez, la posaría sobre mis hombros con simpleza, y dejaría que cayera sin preocuparme. Sólo en Agosto, y parte de Julio. En Septiembre, el mar adquiría alguna clase de independencia extraña, y las gotas saladas se materializaban en brisa, que golpeaba tu cara gotita a gotita— agua fría, la arena, humedecida, parecía recién sacada del refrigerador, y únicamente empeoraba con el pasar de los meses.

No obstante, en Agosto iría a la misma orilla, con la bufanda colgando en mis hombros, enterraría mis pies en la arena tibia, y sentiría la brisa fresca soplar. No atacarme, sólo soplar.

Las gaviotas rodearían mi cabeza, unos cuantos metros sobre ella, y el sol intentaría aparecer. En esta ciudad, nunca lograba hacerlo por completo, pero no se resignaba a ello, como mínimo, sus rayos más fuertes llegarían a mis pies, algo atenuados.

Claro, de vuelta a la realidad, faltaban siete meses para Agosto.

Suspiré.

Acaba de llegar a la escuela y ya sentía que el día resultaría por ser un asco.

Los pasillos se veían incluso más lúgubres que de costumbre. Aun cuando todos vestían bufandas y guantes de diferentes tonos, colores y sabores.
Al parecer, todos tenían la misma sensación negra en su ser; nadie sonreía, no de verdad. De repente, anhelé ver a Phil y su sonrisa, nunca fingida. Pero no lo veía por ninguna parte.

Los jueves eran los días en los que menos clases juntos teníamos. De seguro él ni siquiera se percataba de dicho hecho, y yo, por otro lado, me parecía especialmente relevante ése día, con suerte lo vería en el baño otra vez.

Eso sonaba muy mal.

Es mejor pensarlo que decirlo.

Saludé a Chris, recogí mis cosas del casillero, sin prestarle atención al poster de My Chemical Romance que estaba pegado ahí desde hacía unos tres años, e hice mi camino hacia el salón de matemáticas. Era la única clase en la que Chris y yo no estábamos en esquinas opuestas del aula, ya que le tenía pavor y recelo a la maestra Christa, y con ella, y solamente con ella, asumía su papel de estudiante responsable, inocente y angelical.
Ésa era la parte buena.

Scarves & You || PhanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora