El pueblo-arbóreo

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El secreto había sido revelado. La guerra había terminado. Verdeloth, señor arbóreo, observó desde la colina la devastación que describía el paisaje. Habían atacado a los zombies cuando se acercaban, gobernados por su señor. Los habían derrotado. Aún así, pronto sabrán todos los gremios enemigos el secreto del Árbol sagrado.

Verdeloth se aproximó a sus soldados arbóreos que, victoriosos, recomponían sus brazos maderosos o esperaban a su líder. Recitó un discurso en el que mencionaba los hechos que habían sucedido durante la última semana.

Sus soldados le preguntaron, desconcertados, el origen de tal masacre. 

- Todo empezó hace seis días... - comenzó él.

"Era el Día lunar, el día en el cual todos los pueblos-arbóreos nos reuníamos alrededor del Árbol sagrado para rendirle homenaje y obtener la savia lunar, una sustancia dorada que permitía a las plantas brotar y crecer. Yo había llegado temprano para reencontrarme con mis familiares cuando vislumbré, entre la maleza, a una extraña criatura morada. Tenía una cabeza con muchos tentáculos y tenía también un cuerpo alargado con ventosas que se pegaban a los árboles. Me acerqué, y me arrojó un líquido que me cegó un instante, permitiéndole escapar. 

Recobré la vista y le estuve persiguiendo durante ocho australes (unidad de medida del tiempo según el pueblo-arbóreo, equivalente a cinco minutos) hasta que llegué a un claro, en el que le perdí el rastro. No le di importancia al hecho, y volví junto a mis parientes.

Al día siguiente, me sorprendió ver que el Árbol sagrado tenía una grieta de la que manaba la savia lunar, desparramándose por la hierba del suelo. Y allí estaba. Con sus tentáculos y ventosas, el monstruo morado había conseguido savia lunar, y la llevaba en un recipiente de cristal. 

Al notar mi presencia por segunda vez, volvió a desaparecer y volví a perseguirlo, hasta perderlo de vista.

Extrañamente, al día siguiente la grieta se hizo más grande, y mucha cantidad de savia lunar se perdió y fue absorbida por las plantas que se encontraban cerca, haciéndolas crecer hasta ser igual de altas que el Árbol sagrado. Este, en cambio, al perder savia lunar, disminuyó de tamaño. Pero esta vez iba preparado y, al aparecer la criatura morada, la atrapé rápidamente en una jaula de madera dorada. Intentó escapar, pero no logró sacar ni uno de sus tentáculos.

Me sentía confiado. Por fin le había atrapado, pero un grupo de zombies accedió a nuestro reino por la puerta norte, quemando chamanes arbóreos y árboles, hasta que llegaron al Árbol sagrado. Intenté detenerles, pero su líder, el despiadado Geth, me agarró y me lanzó hacia otros árboles, haciéndolos caer. Me dejaron sin sentido.

Seguidamente, rescataron al monstruo morado, espía suyo, y robaron toda la savia lunar que pudieron. Se marcharon, y pude recomponerme. Me di cuenta de que nuestro gran árbol se había caído. Había perdido su alma, concentrada en la savia, y todos los chamanes arbóreos se agruparon en torno a él. No entendían nada, y yo, Verdeloth el antiguo, era el único que podía entender algo. Llamé a mis más leales siervos arbóreos y nos dirigimos a Urborg, hogar de Geth y sus guerreros zombies. 

Entramos sigilosamente, camuflándonos fácilmente como árboles, y entramos en la sala del botín. Varios guardias zombies vigilaban la savia lunar, pero logramos abatirlos y robarla. Aunque conseguimos escapar, eran zombies, y se recompusieron y llamaron a su señor, que empezó a preparar su ejército. Llamé a los elfos emitiendo un sonido atronador, pues estaba claro que necesitábamos ayuda.

Llegamos a nuestro hogar y preparé la defensa, aunque nadie entendía el porqué. Creamos una gran muralla de raíces y esperamos a nuestro enemigo. Aparecieron por la entrada sur esta vez, pero la barrera impenetrable los detuvo, lo que nos hizo ganar tiempo. En ese momento aparecieron los elfos que, guiados por su rey, Kamigawa, mataron a todos los zombies. Finalmente, conseguí coger una espada élfica con la que decapité a Geth, señor de los zombies, haciéndonos ganar la batalla.

Los elfos se retiraron, y mi ejército, vosotros, os habéis reunido conmigo para que os explique los hechos que acaban de ocurrir."

Así, Verdeloth terminó su relato. El ejército regresó junto al Árbol sagrado y vertieron la savia lunar en la grieta que anteriormente se había formado. Este recobró su aspecto, y se irguió, destacando entre las demás plantas por su descomunal altura.

Aún así, el secreto de la savia dorada había sido revelado, y los gremios enemigos lo sabían. El pueblo-arbóreo tomó una decisión. Transportarían su hogar, junto con el Árbol sagrado y la savia lunar, a otra zona. Se movieron cerca de los elfos, y enclavaron sus casas bajo tierra, para evitar ser vistos. Regalaron el árbol a Kamigawa, que estuvo beneficiándoles durante mucho tiempo, hasta que empezó la guerra que determinó el destino de sus hogares.









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