Capítulo 3

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La noche cae lentamente, parece burlarse de mí por la lentitud con la que se posa sobre la ciudad. Durante todo el día me mantuve ocupada haciendo los quehaceres, pero nada parece suficiente para calmar mi ansiedad. Me dirijo a mi habitación, mientras el resto se prepara para ir al circo, intento que crean que me he acostado a dormir o en otro caso, que estaré estudiando. No tuvieron inconvenientes con que me ausentara, mientras más lejos esté, más felices son ellos, salvo cuando necesitan de mis servicios, claro.

La voz melodiosa de Ángela cruza el pasillo que nos separa, haciendo evidente su felicidad. Solo espero poder estar igual que ella cuando vaya a la función.

Los colores que me embriagan

En esta noche de Primavera

La naturaleza se convierte

La vida florece.

Ella canturrea una y otra vez, sin parar, la introducción del circo. Quizás espera que la escuche, no lo sé. Evalúo la situación a la que planeo enfrentarme, enumero cada detalle, imaginando las posibles consecuencias. Tengo miedo de que las cosas no resulten como esperamos y algo dentro crece alborotándome, como si cada célula de mi cuerpo me advirtiera que la noche no va a tener un buen final. Quizás nada ocurra, pero temo cometer un error y lidiar con las consecuencias.

Cristian. Pensar en él calma mi angustia. Él intenta hacerme feliz, ofreciéndome un pedacito de emoción, pero para ello tiene un plan psicótico y arriesgado. Valoro que haya pensado en mí, que eligiera que juntos compartiéramos esta aventura. Siento que él es más que un amigo, es alguien a quien considero mi familia, él comprende mi situación mejor que nadie, lo que sufro. Me conoce, puede descifrarme incluso cuando le estoy escondiendo algo. Sonrío al recordar el día que lo conocí y siento que una profunda alegría me embriaga el pecho. Éramos dos niños, el primer día de escuela yo lloraba, sentada en la escalinata de ingreso del colegio por las burlas de los niños que me rodeaban.

»—Deja de llorar, lacra. Esas lágrimas son mentiras como los superhéroes. —Todavía sus vocecitas resuenan en mis recuerdos, pero el dolor de ese momento fue aplacado por Cristian.

Él se me acercó, era muy grande para su edad y los demás niños se apartaron con temor, extendió su mano hacia mí, dejando al descubierto la marca de su muñeca. Yo le sonreí, supe entonces que éramos iguales.

Él tomó mi mano, rescatándome de la ronda que me atormentaba. Me llevó a las hamacas en silencio, me ofreció un caramelo aplastado que sacó de su bolsillo con una sonrisa... y mi día se iluminó con su mirada azul profundo. En ese mismo instante supe que estaría ligada a él para siempre, mi amigo, mi hermano, mi protector. Siento una vez más esa enorme alegría que me entibia el alma cuando pienso en él, alegría por haberlo encontrado.

—Hola, me llamo Cristian. ¿Tu primer día en la escuela? —Se presentó, mientras sostenía mi cuaderno.

—Soy Isabella —susurré, mientras limpiaba disimuladamente mi nariz. No acostumbraba a hablar con las personas.

—Isa. —Saboreó mi nombre como si fuera miel.

Extendió su mano y otra vez estudié la cicatriz, al instante le extendí la mía y el observó lo mismo. Me miró con cariño y compasión.

Desde ese día hemos sido amigos y siempre ha estado dispuesto para mí, para lo que sea, incluso para pasar momentos en silencio, sin hacer nada, solo con el placer de la compañía de ambos. Él me comprende más que nadie, el fiel amigo al pie del cañón; además, es un bromista y siempre logra arrancar un pedazo de alegría de mí. Tenerlo en mi vida me hace pensar que no todo está perdido, que siempre tendré un lugar donde sentir que formo parte.

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⏰ Última actualización: Feb 15, 2017 ⏰

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