Prólogo

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La noche se encontraba en calma, tanto que el silencio era ensordecedor. Los grillos se ausentaron, como si anticiparan lo que estaba por ocurrir. De pronto un grito desgarrador rasgó el manto de los sueños, las personas comenzaron a despertar, sintiéndose indefensas. Lo primero que sus sentidos reconocían era el duro cartón al que llamaban cama; abrían los ojos, notando que la oscuridad había sido reemplazada por un resplandor naranja y una gran cortina de humo se abría paso, comiéndose el oxígeno.

Los habitantes de la ciudad comenzaron a levantarse de sus camas, mientras sus ojos buscaban un refugio. Al salir a la calle, se enfrentaron con el caos.

Esas personas se encontraban desprevenidas y antes de poder pensar en alguna solución, comenzaron a escucharse los pasos de los agentes, marchando en las calles adoquinadas.

Hace algunas semanas comenzaron levantamientos en distintos puntos de la ciudad. Esos habitantes, que estaban siendo atacados, lucharon contra el gobierno para tratar de hacer valer sus derechos.

Las autoridades tuvieron que relegarse a lugares seguros para poner en marcha el Plan Cacería, pero en cuanto los rebeldes le dieron descanso a sus exigencias, el gobierno actuó, poniendo en marcha un proyecto implacable, haciendo ojos ciegos a las consecuencias.

Hoy era el día, el Plan Cacería comenzaba. Muchas de esas personas que estaban siendo masacradas, no eran más que familias que no tenían un lugar donde vivir. Las castas impuestas por el gobierno eran injustas, arrebatando la posibilidad de una vida digna.

A diario esas familias trabajaban quince horas, donde se les pagaba un monto tan bajo que no alcanzaba para la comida del día. No poseían comodidades en sus hogares o control de natalidad, lo único que existía era la lucha contra el hambre, el frío y las enfermedades que no tenían cura.

El caos social llevó a estos grupos a actuar. No esperaban consecuencias, sino soluciones; pero los gobiernos de todo el mundo se unieron para disponer el resultado de sus actos: la muerte.

Los agentes marchaban por las calles en grandes grupos, entraban en cada casa, recitando siempre el mismo discurso.

—Esto es el Plan Cacería. Entreguen a los niños menores de tres años y el resto de la familia tiene que dirigirse hacia los camiones al final de la calle. —Anunciaban con voz autoritaria, mientras llegaban en grandes grupos.

—No, por favor —chillaba una mujer a lo lejos—. No me separe de mi familia.

—Esto es el Plan Cacería. Entreguen a los niños menores de tres años y el resto de la familia tiene que dirigirse hacia los camiones al final de la calle. —Repetía esa voz mecánica a través de los altavoces, despertando el pánico en todas las personas.

—No, no. —Su cuerpo la traicionaba con temblores, demostrando cuánto la intimidaban los grupos de agentes.

—Esto es el Plan Cacería. Entreguen a los niños menores de tres años y el resto de la familia tiene que dirigirse hacia los camiones al final de la calle.

La voz monótona de los agentes, sus miradas perdidas y el caminar mecánico dejaban en evidencia el desprecio que sentían por los desamparados. El gobierno los consideraba lacras.

—No iré a ningún lado —decía la mujer en medio del llanto—. No me separaré de mi hijo.

La mujer llevaba en sus brazos a un pequeño bebé de cabello rubio y grandes ojos marrones desconcertados. La piel blanca del niño estaba oculta bajo una mancha oscura, proveniente de la ceniza que flotaba en el aire. La pequeña mano del niño permanecía metida en su boca, dejando un rastro de saliva hasta el codo.

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