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Y ahora... ¿Qué?
¿Qué hago en esta situación tan surrealista, que ni siquiera mi alocada mente habría podido imaginar?
No lo sé, pero dado cómo me encuentro, prefiero no saberlo.
Es todo muy extraño. Al principio, me parecía una broma, pero ahora es tan incómodo que no sé cómo sobrellevarlo.
¿Qué hago aquí?
Yo ni siquiera me había planteado participar en aquella estupidez, sabía que conllevaba riesgos.
Pero me habían coaccionado. Habían jugado sucio. Y como una tonta, había caído en su estúpido juego.
El traqueteo del todoterreno negro en el que voy me distrae. Seguramente estamos pasando por una zona rocosa.
Miro por la ventanilla. Estamos en una carretera desierta. El cielo está encapotado. Espero poder ver el atardecer antes de lo que sea que vaya a sucederme.
¿Cómo salgo de aquí?
Tampoco lo sé. Lo único que quiero es volver a casa, sentarme frente a un libro y beber chocolate caliente. Estar tranquila, y animarme a tocar aquel piano que tantos bonitos recuerdos guardaba.
Rozar sus teclas, y dejarme llevar por la agradable música que en algún momento de mi vida supe fabricar. Abstraerme, no pensar en la vida.
No preocuparme.
¿Por qué lo hice?
Quizá, porque en el fondo quería agradar a mis compañeros, aunque no sienta verdadera amistad hacia ellos. Porque quizá, quería integrarme, tener una vida normal y vivir como todos los demás.
Pero en mi caso, eso es imposible.
¿Por qué es imposible?
Quizá, por la situación en la que vivo. No puedo presumir de tenerlo todo solucionado, pues es todo lo contrario. He tenido una vida difícil, y aunque parecerá que tengo la intención de dar pena, no es así. Simplemente, ya me he hartado de mentir. De tener siempre una sonrisa falsa y que nadie se percate. De que nadie me pregunte si estoy bien, y al ver que no lo estoy, me abrace.
Pero eso no va a suceder.
Ahora mismo, estoy en una situación complicada.
La broma en aquella calle, conllevó a que atacáramos a quien no debíamos. Aquella panda de sicarios, había matado a mis compañeros y me habían secuestrado. Y desgraciadamente, me encontraba entre la vida y la muerte.
¿Qué opciones tengo?
Pues no muchas, la verdad. Una de ellas es mantenerme a salvo, a costa de mi futuro. La otra, es saltar por el acantilado que tengo enfrente, acabando mi vida, pero no condenándome a vivir como una asesina.
¿Cuál escogeré?
Es una difícil decisión. ¿Seguir viviendo, disfrutando de la vida, aunque matándome por dentro, poco a poco, con las manos manchadas de sangre? ¿O dejarlo todo y ya está?
No tengo ni idea.
- Decide de una vez, niñata estúpida. No tenemos tiempo -. Me instó el jefe de aquellos asesinos.
- Ya va, ya va... - Dije con calma. No había prisa. Era mi muerte, o mi condena, depende de cómo lo vieras. Necesitaba pensarlo.
Eran dos personas, el jefe y un subordinado que no parecía gran cosa.
Me giré, mirando el acantilado que se extendía ante mí. ¿Acaso era esto una muerte noble? No estaba segura. Miré hacia abajo. El mar se movía, indiferente a lo que sucedía aquí. El mar era libre.
- ¿Saben, muchachos? - Pregunté, mientras me giraba y les miraba fijamente.- No seré yo la que muera hoy.
Antes de que ninguno pudiera reaccionar, empujé rápidamente al jefe por aquel precioso acantilado. El que podría haber sido el aprendiz me atacó con un cuchillo, pero yo misma le doblé la mano y se lo clavé en el cuello. Una vez estuvo muerto, me fijé en su cara, y tras limpiarme las manos, le lancé por el precipicio.
Qué pena... Era bastante guapo.
- Que pasen una buena velada -. Les deseé. Arranqué el todoterreno con el que me habían traído, y un último vistazo bastó para que supiera que había cambiado completamente el rumbo de mi vida.
Aceleré el motor y dejé aquella bonita puesta de sol, que casualmente había teñido el cielo de rojo sangre.
Mi piano me esperaba.
Hoy tocaría una obra alegre.
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