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Mis sentimientos respecto a ella seguían intactos. A pesar de la cantidad de daño que me había causado, me seguía pareciendo un ángel.
- ¿Qué quieres?- Me preguntó. Se ajustó la gorra, ladeada hacia la derecha, y exhaló el humo que contenía en sus pulmones. Allí, fumando con sus amigos, era donde siempre la veía perder el tiempo. Con ellos y no conmigo.- Si te vas a quedar ahí ya te puedes ir largando.
Ella no me quería. Me lo había demostrado numerosas veces. Pero quería que de verdad ella comprendiera todo lo que sufría por su culpa.
- Te quiero.- Aquella confesión había sido una locura, un impulso. No me arrepentía en lo absoluto.
- Vete de aquí antes de que me harte.
No la hice caso. Me quedé allí, estático, observando cómo enseñaba su perfecta sonrisa al burlarse de mí. Se levantó y se acercó, exagerando ligeramente el movimiento de su cadera. Me miró de arriba a abajo, con mirada crítica, y seguía con aquella sonrisa socarrona pegada a la cara.
- Eres un niño.
- No es verdad.
- ¿Ah, no? -Se colocó el cigarro en los labios, e hizo aros en el aire con el humo inhalado. Nadie dijo nadie durante unos segundos, hasta que, habiendo inhalado antes, me sopló el humo en la cara. Giré la cabeza inmediatamente, tosiendo con fuerza.- Ni soportas el humo. Eres un niño. Un niño asmático caprichoso que quiere lo que no es suyo.
- Eso sigue sin ser verdad.
- Demuéstralo entonces.- No podía dejar el asunto allí. Su ceja levantada con escepticismo, me retaba. Al fondo estaban sus amigos. Me sorprendió el hecho de que no se estuvieran burlando. No fumaban. No cuchicheaban. Simplemente observaban.
- Sabes cual es la prueba definitiva de que soy un hombre.
- No me interesa lo que está entre tus piernas.
Me acerqué rápidamente a ella. La cogí de la barbilla, y la habría besado si no me hubiera apartado la cabeza bruscamente. Tropecé hasta que volví a recuperar el equilibrio, y me toqué el labio. Dolía, pero no sangraba.
La miré, extrañado. Ahora no se burlaba. Ahora estaba furibunda, y lo comprendí un segundo antes de que me cruzara la cara.
- ¡Dios, hasta le ha quedado marca!
- ¡¿Es que todo se reduce a un beso cuando se trata de hombres?! -Estaba muy enfadada. Uno de sus amigos había salido en mi defensa, y la sujetaba de la cintura . Ella se removía cual perro rabioso.- ¡¿Por qué sois todos iguales?!
Eso no era cierto.
Me acerqué a ella. Ahora yo también estaba enfadado, y no me importó en absoluto que se pusiera más nerviosa aún. ¿Por qué un simple beso la había molestado tanto?
Con la cantidad de hombres que habían tocado ya su cuerpo, y sólo se molestaba conmigo...
Cuando la dí aquella bofetada, hasta yo me sorprendí. Ni me había dado cuenta de que había levantado la mano.
Miré hacia abajo. La había tirado al suelo sin darme cuenta.
No levantó la cabeza. Le había tirado la gorra, el cigarro también. Pisé el pitillo y recogí la gorra, colocándosela torpemente en la cabeza.
- Lo siento.
Se rió.
- ¿Sabes? Dicen que si pisas el cigarro de alguien, te quedas sin un polvo.-Estaba sonriendo, ¿por qué cojones estaba sonriendo?
- Para tener un polvo con una furcia como tú, mejor me quedo como estoy.- No pude evitar que las palabras salieran de mi boca. Era lo que realmente pensaba, y no tenía por qué callármelo.
Me miró confundida.
- Pues tú estás enamorado de esta "furcia"-Contraatacó. Ahora libre del agarre de su compañero, se levantó y se apartó el pelo de la cara. Me miró desafiante.
- Ya no.
- ¿Ya no? ¿Qué es lo que te ha hecho cambiar de opinión tan rápido? -Y de nuevo, el tono burlón. No pude soportarlo más, así que di media vuelta y me fui por donde había venido.- ¿A dónde vas?
- ¿Qué te importa? -No lo dije a malas, simplemente por curiosidad.
No me respondió. No le importaba.
Y me dio igual.
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